Yo también tengo MIEDO

Qué Colombia es hermosa! Qué sus paisajes! Qué su biodiversidad! Eso lo tenemos claro y nos alegra. Pero el problema de Colombia no es de estética, es de ÉTICA. Eso lo notamos desde preescolar, primaria, bachillerato, universidad (los que pueden ir), etc. El campo social le dice bobo al que se apega a la ley y aplaude al avivato, al truculento y al cruel. Por eso es tan normal que millones piensen que el paramilitarismo es un mal necesario. Por eso no tienen ningún reparo en elegir un gobierno que cuando estuvo en el poder asesinó 4600 (cifra ONU) civiles y los presentó como guerrilleros muertos en combate para inflar las cifras de la seguridad democrática; que terminó como más de 10 de sus altos funcionarios investigados, prófugos o presos por parapolítica o corrupción; que terminó con la escandalosa cifra de 46 congresistas (que lo apoyaban) con condenas por parapolítica; que metió paramilitares por el sótano de la Casa de Nariño (caso job); que premió al gobernador de la muerte (Salvador Arana) con un nombramiento en la embajada de Colombia en Chile; que chuzó a magistrados que investigaban la parapolítica, a defensores de Derechos Humanos, periodistas y políticos de oposición; que le dijo perezosa a la clase trabajadora, que en su mayoría sobrevive con un sueldo miserable, etc., etc., etc, COLOMBIA TIENE UN GRAN PROBLEMA DE ÉTICA y así yo tenga una posición ideológica diferente a la de Gina Parody, también comparto su MIEDO.Image

Fundamentalismo religioso y política

Fundamentalismo religioso y política

En Colombia el fundamentalismo religioso todavía existe y hace política. Aquí vemos a un fanático cristiano que direcciona la opinión pública desde su dogma:

1. Entre más religioso un país, menos en paz vive (no lo digo yo, consúltelo)
2. llama brujos a los indígenas. Le recuerdo a este señor que el cristianismo vino hace 500 años a esta tierra a imponerse como una dictadura y a exterminar. Los indígenas que usted llama brujos son hijos de esta tierra. 
3. El único argumento en contra del matrimonio igualitario es el religioso. Este Estado es laico y no debe “meter” a su Dios en la educación, ni en el trabajo, ni en la ley, ni en el Estado (como usted pretende).
4. Este país no va a tener paz. Si acaso una desmovilización de las Farc. La paz requiere de tolerancia y no de estos totalitarismos. La paz requiere de una sociedad que defienda y celebre la diversidad y no condene al infierno al resto que no coincide con su “libro sagrado”. 
5. URGENTE: necesitamos un país que EDUQUE, pero no me refiero solo a la asimilación de conceptos sino que estimule el pensamiento crítico, que enseñe a la persona a cuestionarse, a pensar por sí misma, para que no llegue cualquier pastor, cura o culebrero a decirle cómo tiene que vivir y en qué tiene que creer.

Eva, el fruto del bien y del mal

Su esposo le confirmó lo que su corazón ya sabía. Sus dos hijos habían desaparecido. Los motivos eran muy claros: su pensamiento político. La dictadura militar que gobernaba el país desde hacía seis años había comenzado una empedernida lucha por borrar del mapa a todo aquel que pensara diferente. Eva (así se llamaba esta madre) les había pedido que se alejaran de la militancia política, que dejaran que otros hicieran esa lucha por ellos. No quería que la batalla por la libertad de su patria se hiciera a expensas de la sangre de sus hijos. Ninguna madre lo quiere, por mucho que ame su tierra.

Apenas se enteró de la noticia sintió que los órganos internos se le habían descolgado. La boca del estómago se le cerró. Habría de permanecer así por muchos días. No dio alaridos ni lloró. Entró en una angustia sin escape. Si hubiese podido llorar, quizás habría descargado parte del dolor. Pero el tormento se le quedó adentro y empezó a hacer daños. Caminaba por todos los rincones de la casa, azarada, sudando, moviendo las manos con ímpetu, profiriendo palabras sin sentido.

El primer día su esposo, Ramón, apenas lo notó. Estaba procesando su propio dolor. Pero al tercer día le resultó preocupante. Eva no dormía, no la había visto comer y no proponía planes para buscar a sus hijos. Tuvo que hacer los oficios domésticos de la casa o al menos intentarlo. Trató de calmarla, pero fue imposible. Estaba en un trance. Parecía poseída por el desconsuelo. Preocupado, salió en busca de ayuda. A las tres horas regresó con un tranquilizante en gotas. Se lo habían vendido en el mercado negro y había costado casi un cuarto de su pensión de jubilación. Como pudo le dio de tomar diez gotas y se dispuso a observarla. A los cinco minutos, Eva cayó hacia adelante, rígida como una estatua. Afortunadamente, él pudo evitar que se estrellara contra el piso. La cargó y la acostó con la plena seguridad de que se levantaría más calmada y lúcida.

Tres días después, Eva seguía durmiendo. Parecía como si se hubiese congelado en el tiempo. No cambiaba de posición y casi ni respiraba. Varias veces, Ramón tuvo que poner su mano frente a su nariz para percibir el leve respiro. Pensó que quizás le había dado muchas gotas. Averiguó con un médico, vecino, y no confirmó sus sospechas. Diez gotas no eran suficientes para dormir a una persona ni por 24 horas. En la noche de ese día, finalmente, despertó. El alivio de Ramón fue tal, que se abalanzó sobre ella y la abrazó. Eva apenas respondió al abrazo. Fue a la cocina y comió todo lo que encontró. Sin pronunciar ni una palabra, sin ni siquiera hacerle alguna pregunta a su esposo, volvió a acostarse. No cayó otra vez en un sueño profundo. Era intermitente. Si dormí una hora, despertaba otra. No se levantaba de la cama si no era por comida. Su apetito había renacido de forma más fuerte. Era voraz.

Durante sus tres días y medio de sueño profundo había soñado con una versión de sí misma muy combativa. Una Eva capaz de hacer cualquier cosa por recuperar a sus hijos y hacer justicia. En realidad, la justicia en el sueño era más parecida a la venganza. Tenía la tentación de mandar al traste todos sus principios morales y emprender la lucha. Cuando despertó se asustó. Pensó que quizás era eso lo que tenía qué hacer. No pensar en sus limitantes, su edad, su gordura y falta de mundo. Al fin y al cabo, sus hijos lo valían. Mientras lo pensaba iba comiendo. Después dormía y así sucesivamente pasó un mes.

Al cabo de ese tiempo, Eva había engordado casi el doble. Ramón ya no cabía en la cama matrimonial y había tenido que usar el cuarto de uno de sus hijos.  Un día, después de soñar con su misma imagen luchando a capa y espada por recuperar lo que le quitaron, Eva decidió ponerse en pie, arreglarse y salir. Fue a la fiscalía a preguntar por el caso de sus hijos. Allá no sabían nada de eso. Según ellos, nadie había desaparecido desde el comienzo del gobierno. Un vendedor ambulante, que se hacía en el andén del frente de la fiscalía, le dijo que se dirigiera a una casa amarilla, de arquitectura colonial, que quedaba a tres cuadras de allí. Al llegar le preguntaron por los motivos de su visita. <<Vengo a preguntar por mis hijos>>. La casa era oscura, de aspecto lúgubre, casi ni se podía ver el techo. Había mucha gente en un salón y todos esperaban a que leyeran las listas de desaparecidos, de muertos con y sin cuerpos. Sus hijos figuraban en la lista de muertos sin cuerpo. Eva no dudó. Como madre sabía que sus hijos ya no estaban en este mundo. Una señora que estaba al lado le contó que esta era la información más confiable del país y que rara vez fallaban. ¿Cómo obtenían esos datos? Nunca se supo.

Eva le contó todo a su esposo. Ramón sintió que lo mejor era resignarse. Nada podían hacer en contra de la infamia. Eran apenas dos seres humanos viejos y casi desahuciados. Eva retomó las labores de la casa y todo pareció haber regresado a la normalidad. Pero los sueños eran constantes. La incitaban a la lucha en todas sus formas. Acumuló resentimiento. Mientras barría, pensaba en cómo hacer justicia; mientras trapeaba, en cómo responderle a quienes defendían el régimen; mientras lavaba los platos, en cómo trataría a los perpetradores del crimen si los tuviera en frente. Así era con todo. Se la veía diligente, pero nadie conocía su interior. Poco a poco dejó de dormir. Sus pensamientos la envenenaban. Ya no tenía relación ni con sus vecinos. Vivía de malhumor y la enojaba sobremanera que la gente de su entorno no despotricara del gobierno día y noche. Sentía que eso los hacía cómplices. No entendía que no lo hacían por indiferencia sino por miedo o desconocimiento.

Un día tocaron la puerta. Era un hombre con unas gafas inmensas, despeinado y de contextura delgada. Era joven, pero en su cara se podía ver la intensidad de los años vividos. Ramón abrió la puerta y lo atendió. El hombre dijo que venía a hablar con la señora Eva de un tema privado. No quiso darle mayores explicaciones a Ramón porque le habían advertido de la importancia de dar el recado personalmente. Eva y Nahuel, así se llamaba, hablaron en el estudio. El joven era un guerrillero que había venido a contarle que su nombre aparecía en la lista negra, un documento donde el régimen apuntaba a las personas que iba a desaparecer. Sin saberlo, Eva se había convertido en una gran opositora. Mucha gente la conocía. Cuando salía a comprar el mercado, se iba despotricando. Mientras lo hacía le preguntaba a la gente si le gustaba el gobierno y, a veces, se enfrascaba en grandes discusiones. Siempre pensó que su pelea era mental. Sus sueños ya se confundían con la realidad.

La guerrilla pasó por Eva al día siguiente. Le pusieron unas gafas oscuras y le entregaron un pasaporte falso. La camioneta en la que viajaba hacía parte de una caravana de 15 vehículos polarizados en los que iban las personas amenazadas y guerrilleros. El país vecino conocía de la naturaleza de las caravanas, pero se hacía el de la vista gorda. Disentía de la dictadura, pero no la enfrentaba de forma directa por aquello de no interferir en asuntos internos.

En ese país, la guerrilla ya había construido un complejo habitacional que albergaba 1.200 personas. Desde que llegó, Eva sintió que ya conocía aquel lugar. Quizás lo conoció en sus sueños. Al principio, todo era paz y amor. Cocinaba y recibía clases de política. Pulió su lenguaje y hablaba como quien hubiese ido a la universidad y no como quien nunca hubiese terminado un bachillerato. A pesar de no haber recibido instrucción, Eva era una mujer profundamente inteligente e inclinada hacia la lectura. Allá leyó más de dos libros por semana e impartió clases sobre política y sociedad a quienes recién llegaban. Una vez se ganó la confianza de los altos mandos guerrilleros, Eva ocupó lugares de privilegio. Le enseñaron a manejar armas y a fabricar explosivos. Estaba consciente de que algún día tendría que utilizarlos y eso la mantenía intranquila. Sin embargo, los sueños en donde se veía a sí misma como una heroína le daban ese impulso necesario para seguir con los entrenamientos.

El desencantamiento final llegó cuando tuvo que cuidar a un guerrillero que había perdido una pierna. La infección se le subió por todo el cuerpo y murió en unas condiciones espantosas. El pus, los moretones, la cara de muerte del hombre, las venas inflamadas y ese olor a sangre, le dieron fuerzas para escapar de aquel lugar. Aún no se sabe cómo, pero Eva llegó con una maletica a su casa.

Ramón se alegró de verla de nuevo, pero le invadió una preocupación punzante. No quería que la desaparecieran. Cuando se lo manifestó, ella le contestó que daba igual que la desapareciera el régimen o que la matara la gangrena. Aunque en el fondo sentía un remordimiento intermitente por haber escapado. Le molestaba la idea de que la relacionaran con la cobardía. La lucha por hacer justicia se detuvo. La rutina en su casa se restableció. Ella se ocupaba de los oficios domésticos y Ramón salía para adquirir lo que se necesitaba.  No volvió a salir, ni siquiera se asomaba a la ventana. Cuando terminaba de arreglar la casa se encerraba en su cuarto. No se sabe si dormía o solo pensaba. Ramón nunca se lo preguntó. Casi ni hablaban. No porque él no hubiese querido sino porque ella no estaba dispuesta. Respondía con monosílabos e indiferente.

Meses después, Ramón murió de un infarto al corazón. Muchos dicen que lo mató la soledad. El día del entierro fue la primera vez que se le vio a Eva por fuera de su casa después de haber regresado de la guerrilla. Se le vio impasible, ni triste ni alegre. Parecía muerta en vida. Su piel se veía extraordinariamente pálida con esa ropa negra. Nadie se atrevió a hablarle. Solo la abrazaban. Fue en uno de esos abrazos que alguien le metió una nota en un bolsillo. Eva solo lo notó al otro día cuando iba a lavar la ropa. Eran otras madres que habían perdido a sus hijos en esa dictadura y la invitaban a reunirse con ellas los martes a las 3:30pm. Al principio, no le sonó para nada. Pero los sueños habían vuelto a asechar. En ellos, ella era una heroína que hacía justicia. Tal vez esta era una señal divina de que debía reiniciar la lucha. La muerte de sus hijos no quedaría en la impunidad.

Las madres se reunían todos los martes. Allí acordaban las actividades de la semana. El día que Eva fue por primera vez, decidieron que todos los jueves a las 3:30pm marcharían en frente de la casa de gobierno. Así sucedió. Las madres iban a caminar en círculo en la plaza de al frente donde vivía el dictador. Fueron desalojadas muchas veces, las golpearon las fuerzas de seguridad y las amenazaron. Pero eso no fue impedimento para que siguieran. Después de varios meses, desaparecieron a dos madres. Ellas eran las caras más reconocidas del grupo. Hubo mucho temor. Muchas no querían seguir saliendo, pero Eva fue enfática en señalar que nada las amedrantaría. La semana después de la desaparición de aquellas dos valientes, las madres interrumpieron una eucaristía en la catedral primada e imploraron ayuda a la iglesia. No solo fueron vapuleadas por los fieles y el sacerdote, sino que fueron agredidas por la policía que entró a sacarlas. Pero estos hechos le dieron reconocimiento al grupo de madres. Fue eso lo que las salvó de ser asesinadas. Al régimen no le convenía matarlas porque la sociedad civil ya sabía de su existencia y hasta una dictadura como esas necesitaba de legitimación.

Las madres siguieron marchando cada jueves. Incluso después de que el gobierno militar cayera. El dictador murió de un derrame cerebral y la democracia se restableció. El objetivo ahora era que los culpables de aquel genocidio pagaran por sus crímenes. Al principio, nadie fue detenido. Los asesinos se habían ido del país a disfrutar de sus fortunas. Las madres le exigían al nuevo gobierno que los trajera de vuelta y los juzgara. El sistema de justicia era muy precario y la impunidad era rampante. Después de ese periodo presidencial, llegó otro honorable de la patria, de los que creen que el dinero lo soluciona todo, a vivir en la casa de gobierno. Para acallar a las madres decidió indemnizarlas con 250.000 dólares por cada hijo perdido. Eva enfureció. No estaba dispuesta a que la justicia significara dinero. Ella había vivido con poco toda la vida y así moriría. No iba a dormir en un colchón lleno de riqueza a expensas de la vida de sus hijos. Casi todas las madres pensaron lo mismo. Fue en ese momento que decidieron hacer política. Sus hijos habían sido asesinados por pensamientos políticos y ellas adoptarían esas ideas. El objetivo era llegar a la presidencia y hacer lo que estuviera en sus manos por meter presos a los asesinos.

Así fue. Las madres se adhirieron a una campaña política de espectro ideológico opuesto al de la dictadura y al de quienes habían gobernado siempre el país. La campaña fue álgida y de una violencia verbal inconmensurable. Eva recorrió la nación difundiendo las ideas políticas, pero no podía pronunciar una sin recurrir a improperios. La sátira fue uno de sus mejores herramientas para burlarse de sus oponentes y fue llamada la “madre ácida”. Tenía una habilidad enorme para imitar los gestos y las voces de sus contrincantes. Sus comentarios eran de doble sentido y casi siempre recurría al lenguaje violento. Su mente terminó peleando todo el tiempo. Se volvió adicta a la confrontación y hasta se la imaginaba. No descansaba ni dormida. En sus sueños discutía con todos, hasta con sus compañeras de lucha. Terminó agotada. Ganaron las elecciones presidenciales, pero Eva estaba derrengada. No estaba en edad de tener una vida tan agitada y lo sabía.

El nuevo presidente complació en casi todo a las madres. Se reunía con ellas y les escuchaba sus pretensiones. La reforma a la justicia se llevó a cabo y el país estaba listo para someter a juicio a los culpables. Pero la oposición empezó a acusar al gobierno de relacionarse con guerrilleras. En realidad, se referían solo a Eva. Se reveló a la opinión pública su pasado guerrillero. El diario más importante del país tituló: La madre ácida fue guerrillera. Eva vapuleó a toda la oposición y a los medios de comunicación con todas las descalificaciones que encontró. Los culpó directamente de las desapariciones, los acusó de complicidad por la miseria en la que vivía la gente, le sacó los trapitos sucios al sol a los bancos, arremetió contra latifundistas y grandes grupos económicos. Fue tanta la agitación, el cruce de argumentos y de improperios que Eva colapsó. Se le estalló una úlcera que ni sabía que existía. Estuvo a punto de morir. Pasó tres semanas en cuidados intensivos, entubada y conectada a una máquina.

Mientras estaba ad portas de la muerte, soñó todo lo que había vivido desde la desaparición de sus hijos. Pero esta vez fue como si ella fuera una espectadora. Tuvo la oportunidad de ver sus equivocaciones. Su causa era justa pero sus medios no lo fueron siempre. Por su afán de venganza o “justicia”, como lo llamaba ella, había emprendido una lucha llena de odio. Había respondido a la violencia con más violencia. No mató ni agredió físicamente a alguien, pero utilizó el lenguaje de forma inadecuada. Ofendió con sus palabras y se restó credibilidad con la lengua. No entendió el mensaje de paz que la vida le había encomendado. A eso había venido ella, a dar ejemplo de paz. La paz era su lucha, no el odio. El rencor era su úlcera. Deseaba recuperarse, necesitaba una segunda oportunidad para cumplir con su misión. Llevaría el amor en una mano y en la otra el perdón. Los entregaría en igual proporción porque  entendió que se necesitan,  que son complementarios y liberadores.

Eva obtuvo su segunda oportunidad y la aprovechó. Sus restos mortales fueron incinerados y esparcidos en la raíz del más grande árbol de la plaza donde las madres marchaban. El árbol de la paz, como es llamado, da frutos buenos y comerlos sirve para tener un buen embarazo, eso dice el agüero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Jóvenes apolíticos

“La forma cómo se hace política acá hace que los jóvenes se muestren apáticos”, dice un profesor de Universidad a Caracol Radio. Yo soy joven y vivo rodeado de jóvenes y no nos digamos mentiras, la apatía no es porque los políticos sean nefastos sino porque a muy pocos jóvenes les interesa el tema. Escasamente leen lo que les asignan en la universidad, menos van a invertir su tiempo libre en revisar programas de gobierno, averiguar lo que no entienden, leer artículos de opinión, reportajes, sentarse a ver un debate presidencial, etc. Obvio no, eso sería renunciar a un tiempo que bien podrían aprovechar en el gimnasio (hoy por hoy, tener un cuerpazo es el mejor negocio). Conozco gente que no sabe ni a qué partido político pertenece cada candidato, ni mucho menos a la ideología que responden (y sacan muy buenas notas en la universidad). Eso de que la política es una “cochinada” sirve de excusa para que los jóvenes no se sienten a estudiar juiciosos y a tomar una decisión acorde a su forma de ver la vida. Por impopular que suene, LAS COSAS COMO SON…

El uribismo necesita a las Farc como el pez necesita al agua

El uribismo necesita a las Farc como el pez necesita al agua. No hay mejor excusa que las Farc para que esta corriente política se haga al poder y se mantenga en él. Inoculan la idea de exterminar la guerrilla por la fuerza, pero nunca la van a acabar. ¿Por qué? Porque se quedan sin discurso. La política del latifundio y del gran capital es una TRAGEDIA SOCIAL que conocen muy bien los defensores de derechos humanos. Los muertos de la guerra los ponen los pobres. Ellos son la verdadera carne de cañón, los que tienen que entregar su vida o su pierna o su ojo o su mano o su brazo en cada combate. Son los hijos de los pobres los falsos positivos. Mientras los hijos de Uribe se enriquecen cada día más con los contratos del Estado que se ganan en “franca lid”. Y pobre de aquel que intente arrebatarles el negocio. No tienen vergüenza en decir que  a Colombia la mata la pereza, en recomendar que se disminuya la jornada de sueño, las vacaciones, los festivos, etc. No son ellos quienes trabajan, no son ellos quienes se ganan un sueldo miserable toda la vida. No son ellos quienes tienen que pedir un crédito para pagar la educación de sus hijos. No son ellos quienes se perjudican con la pésima educación de Colombia. Son ellos los que se benefician de mantener la gente en la ignorancia, más les votan. Son ellos quienes no invierten en ciencia sino en armas. La guerra es un gran negocio. En un país en guerra los altos cargos militares tienen sueldos abultados y mejor tenerlos contentos para que les defiendan sus latifundios y sus GRANDES, MUY GRANDES negocios. Hay que ridiculizar a esos “mamertos” que exigen que sus empresas limpien lo que han ensuciado.  El ambientalista se convierte en marihuanero. Si se queja de la desigualdad social es comunista (en el mejor de los casos), terrorista (en el peor). La comunidad LGBTI es una subversiva de la biblia, libro sagrado que ha servido para justificar casi todas las atrocidades de este mundo. Si la interpretación literal no les sirve, se inventan una. Pero ese libro les sirve porque les sirve. Hablar de todos los crímenes sería extenderse mucho (demasiado, en realidad).  Pero la impunidad es rampante. Ellos no pagan cárcel, cuando reciben condenas los mandan para la casa. En el peor de los casos, los dejan en pabellones especiales con todo tipo de privilegios. Aquí la justicia es como las serpientes: solo muerde a los descalzos,  decía Monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador (asesinado en 1980 por oponerse a la infamia). El uribismo tiene un paralelo similar en atrocidades, las Farc. Son iguales de asesinos. No crean en promesas falsas, el uribismo no acabará con quien más les sirve. 

BUENAVENTURA, nuestro gran puerto

José Miguel Vivanco, director para las américas de Human Rights Watch, hoy en la Javeriana de Cali: Colombia ocupa el segundo lugar en el mundo en número de desplazados. Buenaventura es el caso más crítico. los herederos del paramilitarismo, producto de una desmovilización que presentó graves falencias, desmiembran a sus víctimas en las llamadas casas de pique. La norma es la impunidad, la justicia la excepción. No hay ninguna condena en Buenaventura por desplazamiento forzado o desaparición. Algunos policías se reúnen con paramilitares (eso dicen los pobladores). la gente apenas logra sobrevivir y, encima, tienen que pagarle vacunas a las mafias. Con la sola presencia de la fuerza pública no basta, faltan fiscales. Todos los días hay siete desplazados de Buenaventura que entran a Cali. Las condiciones de MISERIA en que viven las personas no encuentran un PARELELO similar en Latinoamérica.