“Gente de bien”

No sé si ustedes han caído en la cuenta de que la extrema derecha, alias el Uribismo, consolida unas narrativas obsoletas, propias de la exclusión y la negación de la diversidad cuando se llaman mutuamente como “gente de bien”.

Es decir, los otros, los diferentes son gente del “mal” o “inferiores” o no merecedores de los mismos derechos y de la misma dignidad. El conservadurismo siempre ha profesado el “unos sí y los otros no”. Ellos todavía creen que unos están para servirle de pasto a los otros. Y al que logra ascender socialmente lo consideran “arribista”. La “gente de bien” tiene derecho, pero los demás no. Y la gente que no, generalmente, son los marginados por miseria, pobreza, apellidos, diferencia étnica, diferencia por orientación sexual, e identidad de género etc.

Nunca olvidaré un día de noviembre de 2001 en el que escuché a una señora, “gente de bien”, en el club Campestre de Armenia, decir que no estaba de acuerdo con la elección de Vanessa Alexandra Mendoza como señorita Colombia, pues los negros “estaban para construir carreteras”. La idea no es estigmatizar a todos los socios del club Campestre, pues allí conocí gente justa, respetuosa y con muchos valores. Pero pues nunca falta la “gente de bien” que mira por encima del hombro a todo aquel que no tiene materialmente lo que ellos tienen, ni han tenido las mismas oportunidades que ellos han tenido. Esa es la misma gente del “usted no sabe quién soy yo” que confunde “gente de bien” con “gente de bienes”. Esta última expresión se la leí al escritor Alberto Salcedo Ramos.

Prosigo: Una señora que se declara en su cuenta de Twitter como “uribista hasta los huesos” (francamente eso es tener la autoestima muy baja) calumnió a la Compañía de Jesús y acusó a sus sacerdotes de guerrilleros. Lo hizo después de leer una columna mía en la que señalaba apenas algunas canalladas de Álvaro Uribe y sus gobiernos. La señora afirmaba que yo escribía lo que escribía porque había sido “educado por curas jesuitas guerrilleros”. Francamente, eso es puro y físico fanatismo. La señora le entregó su mente al caudillo y ya no piensa por sí sola. Los invito a que conozcan la historia de la Compañía de Jesús y a que investiguen la loable labor que desempeñan los padres Carlos Novoa, Javier Giraldo y Francisco de Roux en esta democracia. Sinceramente me sentí indignado. Que me insulten a mí, pero que no calumnien a la Compañía de Jesús.

El uribismo ha defendido y protegido a varia “gente de bien”. Por ejemplo el honorable magistrado de la Corte Constitucional Jorge Pretelt que es acusado de recibir 500 millones de pesos del abogado de Fidupetrol para torcer un fallo a su favor. Pero la cosa no para allí. Este “prohombre” del Uribato es acusado por la justicia de haber acumulado tierras aprovechándose del conflicto armado. Tan “rara” la relación de uribismo, paramilitarismo y despojo de tierras.

Gracias, comunidad internacional

Juan Manuel Santos pudo haber escogido el camino fácil. Pudo haber seguido botando miles y miles de millones de pesos en una guerra sin fin y terminar su segundo mandato con una favorabilidad del 70% . Así habría podido irse a descansar y a disfrutar de su pensión como todo un gran “héroe” de esta patria.

Porque no nos digamos mentiras, aquí a muchos les encanta llegar de noche a su casa, prender el televisor y celebrar los dados de baja, así miles de esas muertes no sean guerrilleros sino civiles a quienes infamemente fusilan para obtener recompensas y mostrar resultados. Lo que la mayoría no sabe es que no solo los grupos guerrilleros hicieron terrorismo, sino también el Estado. Es decir, se esforzaron por mostrarnos solo una cara del conflicto armado y nos engañaron con que aquí no había una guerra.

En un acto de sensatez, y a sabiendas de que iba a sacrificar todo su capital político, el presidente Santos le apostó a terminar el conflicto armado de la única manera como se puede acabar una guerra irregular: a través de una negociación. Esto lo saben todos los estudiosos del tema y todos los expresidentes, incluido Uribe.

Santos inició una fase de exploración, buscó ayuda internacional, se asesoró de los mejores y pactaron unos puntos a discutir. Se sentaron en La Habana cuatro largos años en los que hubo mil tropiezos e inconvenientes. Pero lo peor de todo, fue haber soportado todos los días los dardos tóxicos de Álvaro Uribe y sus secuaces, quienes morían de ganas de que todo fracasara.

Finalmente, llegaron a un acuerdo y lo firmaron pomposamente en Cartagena. La comunidad internacional apoyó los acuerdos por unanimidad, Naciones Unidas se puso a nuestra disposición y la Unión Europea y Estados Unidos se comprometieron a dar dinero para el posacuerdo.

Pero el presidente cometió la grave imprudencia de convocar a un plebiscito para que los colombianos refrendáramos los acuerdos. Y digo imprudencia porque Colombia tiene una opinión pública muy manipulable y el mayor enemigo del proceso es un experto en artes manipulatorias. Y así ganó el NO.

No nos llamemos a engaños en este punto, pues el mismo Juan Carlos Vélez, vasallo de Uribe, confesó todas las artimañas y las mentiras que utilizaron para hacer su cochina campaña. Esto no es ninguna novedad pues Uribe es el mayor populista de esta patria y sabe cómo ganar votos: mencionar a Dios en cada frase, ir a sectas evangélicas, infundir miedo y decir todo lo que el pueblo quiere escuchar, así ni él mismo lo crea. Aparte de megalómano, es un mitómano profesional.

Afortunadamente la comunidad internacional decidió darnos otro espaldarazo y le otorgó el Premio Nobel de Paz a Juan Manuel Santos. Me imagino la envidia que le ha corroído las vísceras al granuja de Álvaro Uribe, cuyo rostro se ha venido desfigurando por el odio.

Ojalá todo llegue a feliz término.