Traidor de clase

Vivo y he vivido en el privilegio, y, aun así, votaré por Gustavo Petro. Es decir, soy lo que llaman un “traidor de clase”. Y estoy muy orgulloso de serlo, no por resentimiento -no tendría por qué sentirlo-, sino porque tengo conciencia social. Soy quizás el único de mi familia que votará por Petro en esta segunda vuelta presidencial. Ellos creen, como muchos colombianos, que Petro les va a expropiar el latifundio improductivo que no tienen (no sobra decir que Petro no propone expropiarlos, sino incrementarles el impuesto predial, para que sus dueños se vean obligados a trabajarlos o a venderlos, pues previo al proceso de industrialización —suponiendo que es a lo que aspiramos—, los países desarrollados han realizado reformas agrarias, algunas muy violentas, otras muy pacíficas). No tiene sentido que tengamos 10 millones de hectáreas de tierra cultivable sin cultivar, mientras sobreaguamos en las necesidades: ponerlas a trabajar significa empleo y producción -economía productiva-.

Yo comprendo el miedo que siente mi familia, y muchos de ustedes, porque, al igual que ellos, yo también lo tuve: hace algunos años pensaba que un gobierno de Petro nos llevaría directo al comunismo. Al igual que ustedes, prefiero esta oligarquía mafiosa, corrupta y despojadora que un régimen totalitario y dictatorial, como el de Maduro en Venezuela. Pero resulta que Petro no es ni ha sido comunista. Ni siquiera cuando estuvo en el M19, pues el M19 no fue una guerrilla comunista, ni prosoviética, sino socialdemócrata. La socialdemocracia surge del liberalismo, como respuesta al eterno dilema entre libertad e igualdad, y demuestra, en gran medida, que sí es posible la justicia social en el marco de un sistema capitalista. Los ejemplos más dicientes de la socialdemocracia lo ofrecen los países del norte de Europa o países nórdicos.

Hagan de cuenta que el capitalismo es un medicamento, que cumple su función, pero que produce un gran efecto secundario: la concentración progresiva de la riqueza -si el Estado no regula en cierta medida la economía-. A medida que se tiene más dinero, pues es más fácil mantenerlo y reproducirlo -eso lo sabemos todos-. Entre más grande sea el capital, pues mayor será la tasa de rendimiento del capital; por lo tanto, mayor concentración de la riqueza -una riqueza que se obtiene sin ni siquiera tener que trabajar-. El reconocido economista francés Thomas Piketty, en su libro El Capital en el siglo XXI, señala que la contradicción central del capitalismo es que “la tasa de rendimiento privado del capital r puede ser significativa y duraderamente más alta que la tasa de crecimiento del ingreso y la producción g (…) La desigualdad r > g implica que la recapitalización de los patrimonios procedentes del pasado será más rápida que el ritmo de crecimiento de la producción y los salarios. Esta desigualdad expresa una contradicción lógica fundamental. El empresario tiende inevitablemente a transformarse en rentista y a dominar cada vez más a quienes solo tienen su trabajo. Una vez constituido, el capital se reproduce solo, más rápidamente de lo que crece la producción. El pasado devora al porvenir”.

Este efecto secundario del capitalismo, si no se toman las medidas necesarias, termina por generar conflictos sociales, resentimientos y violencias. Justo lo que ha pasado en Colombia. No es casualidad que seamos una de las sociedades más desiguales del mundo, con la tercera mayor concentración de la tierra, y a la vez una de las más violentas. Pero, además, del problema de la violencia, las extremas desigualdades terminan por socavar las democracias: es obvio que quien tiene mucho poder económico, termina obteniendo ventajas en la competencia por el poder político. Es más fácil imponer la voluntad cuando se tiene mucho dinero para financiar campañas, hacer lobby en el congreso y comprar conciencias. A eso súmenle que el que tiene mucho poder económico, generalmente adquiere grandes medios de comunicación, por lo que termina imponiendo su discurso, que es vital si desea mantener su hegemonía. Es por esto que muchos consideran que el poder real es el económico, y que, por lo tanto, no tiene mucho sentido hablar de democracia -visión muy negativa que no conviene adoptar-.

Para solucionar el problema de la progresiva concentración de la riqueza, que produce el sistema capitalista, algunos intentaron el comunismo. Fue un desastre. La estatización de la economía, como lo señaló Petro en entrevista con el periodista Jorge Ramos, termina por socavar las libertades individuales; por lo tanto, desemboca en dictadura. Movidos por el miedo que producía el comunismo, y a sabiendas de que las revoluciones son frecuentes cuando la extrema concentración de la riqueza supera unos límites, los liberales idearon la socialdemocracia, que, en el marco del capitalismo, redistribuye la riqueza a través de un sistema tributario progresivo (entre más dinero tengo, más porcentaje de impuestos tengo que pagar). “Durante la Guerra Fría, la gran fórmula de los países limítrofes con regímenes comunistas fue competir a través del desarrollo y la inclusión social. La República Federal Alemana, Taiwán, Corea del Sur -que a principios de la década de 1960 tenía un PIB significativamente menor que el nuestro, y ahora tiene cinco veces más- hicieron grandes reformas, redistribuyeron, modernizaron, incluyeron”, afirmó el profesor Francisco Gutiérrez Sanín, en el diario El Espectador, hace unos meses.

La socialdemocracia grava con mayor fuerza el capital y la renta, y no tanto el trabajo y el consumo. Con esos dineros que recauda, se financia el gasto social, que no consiste solo en subsidios, sino en proveer servicios públicos y sociales a toda la población, y, de esa manera, reducir la desigualdad. Sin embargo, también es cuidadosa de no exagerar con sus impuestos progresivos sobre el capital, pues sabe que sin capital no hay crecimiento económico -es bueno aclarar que tampoco se puede crecer indefinidamente, porque vivimos en un mundo donde los recursos, materia y energía, son limitados o se renuevan de forma muy lenta-.

Alemania y el Reino Unido sirven de ejemplo de economías muy desiguales que reducen su desigualdad a través de la inversión social. “En momentos de gran agitación electoral, donde algunos cuestionan con tanta vehemencia el modelo económico colombiano por su inequidad, resulta muy revelador un análisis publicado por Planeación Nacional. Cuando se compara la distribución del ingreso en Colombia, antes de subsidios del Estado, con las del Reino Unido y Alemania, los resultados son sorprendentemente similares. En 2015, el Gini -Medida de desigualdad que es mejor cuanto más baja- de Colombia, sin subsidios monetarios, fue de 0,53, contra 0,56 de Alemania y 0,55 de Reino Unido”, afirmó Esteban Piedrahita en su columna online en Semana. Es decir, sin subsidios del Estado, las economías del Reino Unido y Alemania resultarían tan desiguales como la colombiana.

Para lograr reducir la desigualdad a través de la inversión social, como Alemania y el Reino Unido, necesitamos un gobierno que cuide los recursos públicos, lo que evidentemente no pasará si le seguimos entregando el poder a la misma oligarquía, que nos ha despojado todo lo que ha querido. Si creen que Duque es renovación, o un outsider de la política, pues solo es que vean el cuadro de quiénes posan con él: Pastrana, Uribe, Gaviria, Vargas Lleras, Ordóñez, etc. Los mismos con las mismas. Yo me pregunto: ¿para qué seguirle apostando a lo que no ha funcionado? ¿En serio vamos a permanecer en el atraso y la violencia por miedo a un supuesto comunismo? ¿Cómo más, sino apelando al miedo, pueden ellos lograr que los votemos, después de todo lo que nos han hecho? Es normal que el cambio nos produzca miedo, ¿pero nos vamos a dejar paralizar por él?

En los años 40, Gaitán hablaba de la necesidad de que el pueblo se liberara de una oligarquía liberal-conservadora -ahora representada en el santismo-uribismo- que lo tenía sometido.

Luis Carlos Galán, siguiendo la misma línea, dijo, hace 30 años, que el país estaba en manos de una oligarquía política que se lo repartía a su antojo: “Colombia está dominada por una oligarquía política… que convirtió la administración del Estado en un botín que se reparte a pedazos”. Yo me pregunto, entonces, y teniendo en cuenta que seguimos en las mismas, ¿a cuenta de qué le vamos a dejar el país a la misma oligarquía política? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿No hemos tenido suficiente?

Adenda: “¿Por qué hay sociedades que superaron la pobreza absoluta? ¿Por qué hay tanta desigualdad en Colombia cuando hay otras sociedades que han logrado el igualitarismo social? ¿Acaso no podemos? ¿Acaso somos disminuidos? Claro que podemos, pero no han querido [no hemos querido]”, Carlos Gaviria Díaz.

Adenda 2: “Yo confío en la multitud. Hoy, mañana y pasado, esa multitud que sufre el suplicio, que lo sufre en silencio, sabrá desperezarse y para ese día, ¡oh bellacos!, será el crujir de dientes”, Jorge Eliécer Gaitán.