Fundamentalismos

Los fundamentalistas religiosos creen que su doctrina les cayó del cielo en forma de libro. No se dejan cuestionar, son intransigentes a cualquier cambio,  desconfían del conocimiento científico, ambicionan un modelo de Estado fiel a sus leyes religiosas y culpan a la modernidad de todos sus males. Se creen justicieros de Dios y en nombre de esa “verdad” arremeten contra “infieles” y “blasfemos”. Esos fanáticos, como dice Alejandro Jodorowsky:  “defienden con furia a su Dios, como si fuera un viejo débil incapaz de defenderse a sí mismo”.

Lo sucedido recientemente en Francia y en Nigeria es un ejemplo de lo que es capaz el fundamentalismo. Muy válidas y necesarias todas la manifestaciones de rechazo (el mundo no se sacudió igual ante lo ocurrido en Nigeria porque, por desgracia, hay víctimas de primera y segunda categoría), pero es un error caer en el fanatismo revanchista, identificar al Islam con el fundamentalismo violento o islamismo, exacerbar la discriminación contra quienes profesan esa religión, unirse a un grupo anti-islam y estimular una guerra.  De todo eso no quedarán más que muertos, odios, venganzas y una espiral de violencia que con dificultad podrán parar después.
Todas las religiones tienen rasgos fundamentalistas. En Colombia el fanatismo religioso ha perseguido la diferencia, ha estimulado la guerra, quemado libros,  sometido al pueblo, justificado la creación de grupos paramilitares, etc. Monseñor Builes recibió La Cruz de Boyacá durante el gobierno de Laureano Gómez por su connotado empeño en mantener vivos los principios católicos y conservadores: afirmaba que matar liberales no era pecado.

La revancha es la primera reacción ante el agravio.  Irse al otro extremo es para muchos la única salida. El dolor, la rabia y la frustración que dejó el ataque de Al Qaeda a Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 provocó que millones de personas apoyaran ciegamente una guerra contra el terrorismo cimentada en mentiras, con intereses oscuros, que mató y torturó miles de inocentes, que exacerbó odios y que no ha logrado que occidente quede libre de la amenaza terrorista.

Para Hugo Chávez, todos sus opositores eran “oligarcas”, “enemigos del pueblo”, “vasallos del imperio”; para Álvaro Uribe, “terroristas”, “auxiliadores de la guerrilla”, “mentores del terrorismo”, etc. Los dos, iguales de intransigentes y fanáticos.  Muchos venezolanos, víctimas del chavismo, se vienen a Colombia a apoyar la causa uribista. Para muchos el enemigo de mi enemigo es mi amigo. No se dan cuenta de que en su esfuerzo por rechazar un extremo terminan apoyando otro.

Los fundamentalismos religiosos, políticos y de cualquier índole son peligrosos. Tratar de combatirlos desde el fanatismo revanchista no contribuye a solucionar el problema. Al final serán dos extremos, dos fundamentalismos enfrentados en una guerra sin cuartel. La seguridad es importante, pero también identificar las causas, corregirlas y educar para la paz.  Todos cabemos en este mundo.

Acuerdos de seguridad

Jan Egeland es secretario General del Consejo Noruego para los Refugiados y especialista en resolución de conflictos. Trabajó en las negociaciones del presidente Pastrana con la guerrilla de las Farc (1999-2002) y reconoce que en el actual proceso de paz se ha avanzado mucho más y en temas más concretos que lo que alguna vez se logró en las conversaciones de El Caguán. Sin embargo, Egeland recomienda, en diálogo con El Espectador, que en La Habana se lleguen a acuerdos de seguridad: “Por ejemplo, el acuerdo militar, cómo desmovilizar y garantizar seguridad para las guerrillas, en un país donde la tradición es matar a los guerrilleros que intentaron hacer trabajo político”.

Y es que eso sí ha pasado en Colombia. De los acuerdos de paz entre Belisario Betancur y las Farc nace un partido político en 1984 llamado Unión Patriótica. Siendo la exclusión política una de las causas principales de la guerra en este país (hay ciertos sectores que no pueden hacer política porque son acallados), pues resulta lógico haberles creado un partido para que la lucha fuera dialéctica y no armada y así ya no tuvieran disculpa para andar aterrorizando. Hay que mencionar que La Unión Patriótica no se compuso solo de guerrilleros sino de otras personas que nunca se encontraron cómodas con el nefasto bipartidismo colombiano. Así pues, ese partido político estuvo compuesto por militantes de izquierda, sindicalistas, campesinos, profesores e intelectuales.
El caso de la Unión Patriótica es referente para explicar lo que es el genocidio político. Les mataron más de tres mil militantes, entre esos a dos candidatos presidenciales y trece parlamentarios. Después de haber tenido 16 alcaldes, 256 concejales y 16 congresistas, la UP pierde su personería jurídica en 2002. En 2013 la recupera gracias a un fallo del Consejo de Estado que reconoce que la causa de su desaparición fue el exterminio sistemático de sus miembros.

Estos casos de mortal intolerancia no solo han ocurrido en Colombia. Otros acuerdos de paz en el mundo también se han ido al garete por cuenta de los enemigos de la paz. En 1993, el gobierno israelí y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) firmaron unos acuerdos en Oslo para dirimir el conflicto en medio oriente. Tanto la Asamblea General de la OLP, como el parlamento de Israel los aceptaron. No sucedió lo mismo con los fundamentalistas de lado y lado, que con su fanatismo violento borraron de un plumazo la posibilidad de paz en esa región.

Esperemos haber aprendido de la historia. Ojalá que esta vez no solo se logre un acuerdo definitivo con la insurgencia, sino que además los enemigos de la paz, de un lado y del otro, no arrasen con lo acordado y devuelvan al país a una espiral de violencia, que, de paso, es la que ha bloqueado el cambio social en Colombia.

Un aguijón en el pecho

Hace ya algunos años que tengo un aguijón clavado en el pecho. Me lo clavó una mujer.  Algunos me corrigen y dicen que es en la cabeza porque “todo está en la mente”.  Sea como sea, lo cierto es que me amarga la vida.

Cada cigarrillo que fumo es un intento por olvidarla. Miles no han sido suficientes, pero proporcionan tres minutos de arrolladora esperanza.

A veces despierto con el firme propósito de vivir como si no la hubiese conocido, pero a medida que cae el sol voy cayendo de nuevo en el pesimismo.

Hay días que son peores: amanezco oscuro desde que abro los ojos. Avanzo a marchas forzadas. Siento que camino como si me estuvieran halando hacia atrás. Así es muy difícil sonreír. Cada persona que te cruzas en la calle te lo exige. Hay que complacerlos. No siempre puedo.

Los primeros días de cada año me exijo a mí mismo cambiar la situación. Doy todo de mí. Voy con el impulso del nuevo año, los buenos deseos y la firme convicción de cumplir con todos los propósitos. Liberarme de ella será siempre mi propósito.

Hace años que no la veo, pero vive conmigo. Ya ni me acuerdo cómo era mi vida antes de conocerla. ¿Cuáles eran mis sueños? ¿Cómo vivía? ¿Cómo sentía? ¿Cómo pensaba? ¿Qué hacía ella mientras tanto? Siento la tonta necesidad de recrear su infancia, su adolescencia, su juventud, todos sus años antes de que se cruzara en mi camino. Hace poco conocí el colegio donde estudió. Mi imaginación voló. Prefiero imaginarla sola, se me revuelve el estómago cuando pienso que alguien más la toca.

Recuerdo con exactitud todas las fechas: el día en que la conocí, la primera pelea, cuando me dijo “te amo”, el día en que la vi por última vez…me aterra la idea de morir y no volverla a ver. Me paso el día haciendo grandes esfuerzos por recordar los momentos que pasamos juntos. El tiempo ha ido tergiversando la versión de los hechos en mi cabeza.  He ido olvidando sus facciones.

La recuerdo en conjunto, completamente bella, pero olvido los detalles. Es inevitable que los años no hagan estragos en mi memoria, siempre tan infiel. Siento odio, amor, frustración, rabia, rechazo, soledad, todo al mismo tiempo. Es un torbellino de emociones que arrasa con todo el amor propio.

Reconstruyo nuestra historia todos los días, como si la tuviera que recitar. Probé otros cuerpos, ninguno sabe igual. Ya no lo hago más. Es inútil. De cada intento por enamorarme no he obtenido más que soledad.

A veces siento rabia con Dios. A veces siento que Dios es una creencia irracional. Tal vez todo lo que he sentido responda a creencias irracionales. Seguro así es, pero hace daño.

El aguijón inocula su veneno todos los días, sin falta. Unos más que otros, siempre cumple.  Su ponzoña anula la razón, suprime la cordura y me atemoriza con el peor de los finales: la enajenación permanente.

Como si se tratara del ébola

Sandra lleva varios años trabajando como psicóloga en un colegio privado. Hace poco, en una charla con padres de familia, una mamá le manifestó su preocupación por la homosexualidad, un tema que para ella está de “moda”. En seguida, otro padre, muy decidido, arengó: “Tenemos que proteger a nuestros hijos de este tipo de cosas”. Otra madre, con voz plañidera, se mostró muy preocupada de que hubiesen niños con manifestaciones homosexuales desde temprana edad. Con excepción de unos pocos, a todos les aterraba que sus hijos crecieran viendo “eso”.

“Eso” a lo que tanto temen -que a veces prefieren no nombrarlo, como si así fuera a desaparecer- es una condición natural que ha estado presente a lo largo de la historia: Antigua Grecia y Roma, sociedades primitivas en África, Asia e islas del Pacífico (por nombrar  solo algunas).  “Eso” que no se puede considerar contra natura porque se ha observado en 1500 especies de animales y documentado en más de 500. ¿También los animales actúan contra natura en tal proporción? ¿También están poseídos por el demonio? “Eso” que no se puede llamar “moda” porque no es una tendencia pasajera y tampoco apareció apenas ahora.  La homosexualidad no está de moda, ha ganado visibilidad, que es muy distinto. Y esto gracias a una lucha social de unos valientes que a costa de sangre, sudor y lágrimas han ganado unos derechos. Señores padres de familia, en su generación también hubo esta misma proporción de homosexuales, pero se escondían o los escondían. Ha sido costumbre de la élite mandar a sus hijos homosexuales al primer mundo, donde la situación es más tolerable. A los demás les tocó casarse con una mujer o someterse al escarnio público, la violencia y la muerte social.

La evidencia científica ha demostrado que la homosexualidad no es una enfermedad, ni es contagiosa.  Si  se aprendiera por imitación, todos imitaríamos a nuestros padres orgullosamente heterosexuales y la población mundial de gays no sería del 10% (según estudios demográficos y estadísticos). Así, pues, padres y madres, pueden estar tranquilos que nadie les va a “pegar” la homosexualidad a sus hijos, ni se tienen que tomar medidas preventivas en los colegios para “protegerlos”, como si tratara del ébola.

Por el contrario, los colegios son los llamados a erradicar los tabúes, las desigualdades y la discriminación. Deben impartir una educación sexual completa y no suponer que todos sus estudiantes son heterosexuales. Desde el colegio, los niños y niñas deben entender que la diversidad está presente en el ser humano, en el mundo y en la vida misma. Padres de familia, que sus hijos crezcan viendo “eso” es de celebrar, serán personas más tolerantes, más sensatas y comprensivas.  Tratar de uniformar lo que no es uniforme no ha traído más que guerras. La imposición de un modo de vida a otros ha provocado desgracias de marca mayor. Aceptar la diversidad es celebrar la vida y respetar el derecho ajeno es la paz.