¡Tan gay y cristiana!

Alicia es una verdadera buscadora de Dios, pero ha tenido siempre un gran impedimento para profundizar en su espiritualidad católica: su sexualidad. No le gustan los hombres. A principios de este año, me llamó para contarme que estaba yendo a un grupo de oración en Medellín. Apenas colgué el teléfono, corrí al computador y lo investigué. Grande fue mi decepción cuando encontré que el grupo era famoso por profesar una de las posturas más conservadoras del país.

En menos de un mes, estaba Alicia embebida en un conflicto interno que la tenía al borde de la locura. Había tenido la osadía de confesar su homosexualidad en el grupo de oración y, como era de esperarse, la habían acusado de actuar contra natura y conminado a “restaurarse”. Emocionalmente estaba destrozada. Por eso, llamé a mi amigo Rodolfo, un paisa católico que ha trabajado con población Lgbt, para que me aconsejara. Me dio el contacto de un sacerdote en Medellín que tenía una postura distinta frente al tema de la sexualidad. Allá mandé a Alicia.

Alicia no podía creer lo que el sacerdote le explicó: la Iglesia Católica no es una institución tan monolítica como aparenta ser, y que, si bien tiene una postura oficial, las opiniones frente a algunos temas difieren entre las distintas comunidades. El cura le recomendó que abandonara el grupo de oración y visitara Fraternidad de la amistad, un colectivo de cristianos de toda índole (católicos, pentecostales, adventistas, etc.), compuesto principalmente por homosexuales que buscan fortalecer su espiritualidad cristiana. Sí, aunque cueste creerlo, este grupo SÍ existe en Colombia y ayuda a aquellas personas que han sido rechazadas por el dogma oficial.
Alicia asiste ahora a Fraternidad de la amistad y descubrió que la interpretación equivocada de la biblia se ha usado para justificar lo injustificable: la Santa Inquisición, que quemó y torturó gente; las sangrientas cruzadas, que a sangre y fuego pretendieron imponer un dogma en Tierra Santa; la esclavitud, la segregación y el apartheid; la oposición a los avances de la ciencia; el asesinato de personas homosexuales, etc.

Un adolescente homosexual en estas sociedades se enfrenta al rechazo de sus padres (justificado casi siempre desde razones religiosas) y al matoneo de sus compañeros de colegio (víctimas de una educación sexual a medias). Resulta apenas lógico que este ser humano tenga una probabilidad mucho mayor que cualquier otro adolescente de intentar suicidarse, más posibilidades de sufrir depresión, de consumir drogas, de contraer VIH y otras enfermedades de transmisión sexual (conclusiones del estudio Family Acceptance de la Universidad de San Francisco).

Afortunadamente, Alicia ha aceptado su homosexualidad como un don de Dios. Por mi parte, me encanta verla feliz y sueño con el día en que los únicos documentos sagrados sean los que conforman la Carta Internacional de Derechos Humanos.

Los peores analfabetas

Carlos estudia derecho, pero le encanta la política. No politiquear (como llaman algunos al que no es apolítico), sino leer, pensar y discutir sobre política. Su novia, Sara, le ha insistido con ahínco que haga parte de algún movimiento, que participe en campañas electorales y que se relacione con políticos (practicantes de la política, que no es lo mismo que expertos en política).  Pero, no. Definitivamente, Carlos no quiere hacer eso y tiene sus razones.

Hacer parte de un partido político implica fuertes ataduras. Carlos no está dispuesto a perder su libertad. ¿Libertad para qué? Para darle rienda suelta a su espíritu crítico, único rasgo de su personalidad que no está sujeto a cambio. La “disciplina de partido” exige que quien tenga alguna objeción, lo haga internamente para que afuera no queden con la impresión de que están divididos. Además que quien hace parte de un partido carga con los desaciertos que hayan cometido o lleguen a cometer los demás miembros de la colectividad, algo que no le llama ni cinco la atención. Esto último no aplica mucho en Colombia, donde los partidos políticos no se conforman alrededor de una ideología. Para la muestra, el partido Liberal. Nunca un partido que se denomine “Liberal” puede votar a favor de la reelección de un procurador fanático premoderno que no haya podido asimilar el concepto de la separación iglesia-Estado.

A Carlos tampoco le gusta la idea de convertirse en practicante de la política. El político se volvió una figurita del espectáculo: se vende, satisface a los que más pueda, es prudente, cuida sus palabras y hace un uso estratégico de sus redes sociales (sube selfies). El político pierde su naturalidad como persona y le da paso al autómata viviente que algún experto en marketing político crea para él. El objetivo en los dos casos (espectáculo y política) es conseguir seguidores. Así como al famoso del entretenimiento se le pide que no opine sobre política, al político se le pide que mienta, que esquive verdades incómodas, que diga en campaña que no subirá impuestos aunque sepa que lo debe hacer, que satisfaga al público, que le dé contentillo (generalmente con alguna “megaobra”), que lo alabe, que ensalce su tierra, que despierte su regionalismo y/o nacionalismo, entre otros.  Al político se le reprocha su pasado y su vida privada. Sus adeptos exageran sus virtudes y sus detractores las subestiman. Sus buenas obras nunca se juzgan desinteresadas, ni siquiera las ejecutadas cuando no hacía parte del poder.

Por último, a Carlos no le gustan los radicalismos. No cree que la vida se componga de colores blancos y negros sino de matices de grises. Se identifica con la izquierda, pero le gustan elementos de la derecha.  Ama y defiende la libertad y le molestan los apolíticos. Le parece que son, como los consideró Bertolt Brecht, los peores analfabetas.