No podemos ser tan ingenuos de negar que vivimos bajo la dictadura del cuerpo “perfecto” del hombre gay. Yo he sentido la presión de ese régimen dictatorial y por eso también sueño con tener un cuerpazo. Cuando digo “cuerpazo” me refiero al cuerpo de Zack Efron, al de los modelos que posan en ropa interior, al de los actores de películas porno o al de los protagonistas de cualquier novela de Televisa. Me encantaría tener los músculos marcados, unas piernas un poco más gruesas y tonificadas y unos bíceps y tríceps que sobresalieran. Además de tener la famosa chocolatina o six pack en mi abdomen. Lo he intentado muchas veces, me lo he prometido a mí mismo, me lo pongo como meta, pero, aun así, no lo logro.
Después de cavilar hasta el dolor de cabeza he descubierto que no lo he podido lograr porque no estoy dispuesto a pagar el precio por tenerlo. Primero, porque mi genética no da para tanto y entonces me tocaría esforzarme sobremanera; además de que me tocaría recurrir a ayudas que son muy costosas y hasta peligrosas. Y no me refiero solo a los anabólicos, sino a los costosos tarros de proteínas y aminoácidos. Y eso que no mencioné la rigurosas dietas que hay que seguir al pie de la letra y que son una prueba casi infranqueable para mi voluntad. Una vez escuché a un asiduo visitante de los gimnasios decir que algunos se aplicaban unas sustancias menos costosas para aumentar la masa muscular. Por ejemplo: hormonas para toros. Yo sinceramente no estoy dispuesto a arriesgar mi salud de esa manera.
Pero ¿de dónde salió ese imperativo por tener el cuerpo “perfecto”? ¿Cómo se consolidó esa dictadura del culto al cuerpo del hombre homosexual? Me puse en la tarea de investigar y encontré que hay varios motivos: 1. Según el antropólogo Ignacio Pichardo, en su artículo Identidad, cuerpo, exclusión y gays, hay un modelo de cuerpo hipermasculino que el hombre homosexual adoptó en oposición al “afeminamiento” que los heterosexuales esperan del hombre gay. Es decir, “intentar por todos los medios que no se les note que son homosexuales”. Esto, por supuesto, contribuye a enraizar el machismo y la homofobia; 2. Pichardo también menciona que por la aparición del SIDA el hombre homosexual tuvo “la necesidad de dar una imagen saludable para que nadie piense que está enfermo, lo cual reduciría las posibilidades de encontrar parejas sexuales”; 3. El académico también menciona que “el tiempo y el dinero que el gay ahorra en gestionar una familia lo invierte en gestionar su sexualidad”. Evidentemente esto va a ir cambiando a medida que aumenten las posibilidades legales de que las parejas del mismo sexo puedan casarse, adoptar niños y consolidar una familia.
La dictadura del cuerpo “perfecto” del hombre gay nos ha llevado a todos a querer cumplir con ese objetivo. La publicidad nos miente con cuerpos artificiales, por las ayudas que mencioné anteriormente, por las cirugías a las que hay que recurrir, por los estrictos regímenes alimentarios, y por el tiempo que hay que invertir. La mayoría no gozamos de mucho tiempo libre porque hay que sobrevivir. Para muchos, me incluyo, es muy difícil sacrificar tiempo —que no vuelve, cada segundo estamos más cerca de la muerte— en un gimnasio. Aunque hay algunos que tienen el tesón, los admiro, de levantarse a las 4 am para alcanzar a ir a “entrenar” antes del trabajo. Hay otros que después de una larga jornada laboral son capaces de esculpir sus cuerpos. ¡A qué horas tienen una vida! Pero a esos también los admiro. Ojalá yo fuera así.
La verdad es que tienen razón los dueños del cuerpazo, o los aspirantes, al decir que “entrenan”, así no compitan en ningún deporte. El sistema, que nos enseña a competir en todo, también nos está enseñando a rivalizar por nuestros cuerpos. Todos queremos tener un cuerpo “mejor”, pues eso nos asegura alabanza. Es decir, es vanidad. Pero no es solo vanidad pura, también es que con un “cuerpazo” tenemos más posibilidades de tener sexo. Detrás de tanto esfuerzo con las pesas, hay un deseo de ser más sexy y, por lo tanto, de aumentar las posibilidades de copular. Muy comprensible. Casi todos buscamos con quien copular, hasta quienes lo niegan. Los que están en una relación estable, quizás no busquen tanto, pero así y todo, la mayoría, siguen detrás de satisfacer sus deseos carnales. No nos digamos mentiras, es un instinto y la monogamia es una construcción social, así como también lo es la belleza. Lo que consideramos una persona atractiva físicamente hoy, no es lo mismo que se consideraba atractivo hace 50 años o hace un siglo o hace dos o hace tres, etc.
En estos días le contaba a unos amigos que después de una mala experiencia que tuve en 2009, no había vuelto a un gimnasio. Lo que sucedió fue que me exigí tanto que se me nubló la vista y se me movió el piso. Afortunadamente no me desmayé. Cuando salí de ese lugar me encontré con una amiga y me preguntó por mi cara pálida. Me asusté porque yo ni enfermo pierdo mi color natural. Desde ese entonces, y por cuenta del conductismo, cada vez que entro a un gimnasio y huelo ese olor particular, me empiezo a marear. En consecuencia he diseñado distintas rutinas en mi casa con la esperanza de lograr el “cuerpazo” o de al menos acercarme a él. Pero mis rutinas caseras son inversamente proporcional al tiempo. Entre más pasa el tiempo, menos dura mi sesión de ejercicios. Lo peor de todo es que desde de que empiezo ya quiero acabar. Y esto es algo que se lo he escuchado a varios. O sea, no soy el único. El caso es que se me dispara la ansiedad. Al parecer eso de las endorfinas y del bienestar que produce el ejercicio no funciona en mí. O tal vez debo encontrar otra forma de actividad física.
El deseo por tener el cuerpazo se me amaina por momentos pero no lo logro erradicar por completo porque las redes sociales me lo alimentan todo el tiempo. Sobre todo Instagram. De un momento a otro empecé a ver que todas las fotos que aparecían en mi Instagram correspondían a narcisos que mostraban su cuerpo en un gimnasio o en una playa o en un yate. En consecuencia yo también he querido tomarme la típica foto en frente del espejo de un gimnasio y alzarme la camisa para que se me vean los cuadritos. Pero estoy muy lejos de eso.
Al igual que la escritora e intelectual colombiana Carolina Sanín, pienso que “en una sociedad que pretende ser justa la supuesta belleza física no debe ser un valor que otorgue relevancia social. Además que el hacer creer que el estándar de belleza explotado por la publicidad equivale a ‘la belleza’ es un instrumento de manipulación y de la perpetuación de la ignorancia”. Es obvio que se creó un estereotipo con el que la gran mayoría no vamos a poder coincidir, así nos esforcemos.
A muchos se les convirtió en una obsesión tratar de tener el cuerpo “perfecto” y esto puede enfermar: vigorexia, anorexia, bulimia, ansiedad, etc. Muchos han declarado sentir culpa cuando no van a “entrenar”. Incluso, llegan al punto de decir que se sienten más flácidos que el día anterior. La mayoría justifican su obsesión argumentando que su culto al cuerpo responde a un deseo de tener más salud. Lo cierto es que esto es poco creíble, ya que para tener buena salud, según la OMS, se recomiendan 150 minutos semanales de actividad física aeróbica, lo que equivale a 21.5 minutos diarios. Y no tienen que ser pesas, ni gimnasio, puede ser una caminata. Pero desgraciadamente la caminata no nos va a proporcionar el cuerpo perfecto. De manera, pues, que eso de la salud es una excusa; para la mayoría. También he escuchado a los caraduras que pregonan que su cuerpo es su “templo” y que por eso lo cuidan. Pero después los ve uno consumiendo licor y toda clase de drogas en las fiestas y ahí sí se les olvida la sacralidad de su templo. Pura vanidad.
Yo no soy de los que piensa que se deben prohibir los reinados de belleza, ni la publicidad que utiliza cuerpos “perfectos”. Yo pienso que la solución es la educación. Enseñarle a las niñas y niños que la publicidad es engañosa, mentirosa y que tiene como fin vender. Así tendremos personas más críticas y menos proclives a caer en las trampas de los cuerpos “perfectos”. Sin embargo, sigue siendo difícil abstraerse del mundo y no dejarse permear por todo lo que logran obtener los famosos o los influenciadores en redes sociales con sus esculturales cuerpos. Tener un “cuerpazo” también es una oportunidad de obtener réditos económicos. No lo podemos negar.
Mientras tanto yo sigo luchando contra el demonio que me empuja a desear el cuerpo “perfecto”. Soy más débil, banal y superficial de lo que aparento.