La no violencia

“Cuando la práctica de la no violencia se haga universal, Dios reinará sobre la tierra como reina en el cielo”, afirmó Mahatma Gandhi.

Este personaje vino al mundo a enseñar que la lucha por el cambio social positivo debía ser no violento. Demostró que el fin no justifica los medios, sino que los medios que se utilizan terminan por condicionar el fin.

Según su legado, “la Verdad es Dios” y solo se puede acceder a ella a través de la no violencia. La paz real, decía, está basada en la libertad y la igualdad de todas las razas y naciones. Pero esa libertad y esa igualdad debía conseguirse de forma no violenta.

Gandhi llegó a la conclusión de que Dios estaba presente en cada ser humano y por eso consagró su vida al servicio de los más pobres y oprimidos. Se opuso fervientemente al uso de la violencia y afirmó que no había causa noble que justificara un asesinato. Exhortó a la humanidad a luchar contra la injusticia a través de la práctica de la no violencia; que incluía la supresión del deseo de venganza.

La idea de la no venganza es también una idea central del cristianismo y Gandhi se percató de ello. De hecho, fue más allá y afirmó que la convivencia pacífica entre quienes profesaban religiones distintas era posible pues todos los credos compartían un denominador común: la no violencia. Jesús es considerado por muchos como un revolucionario, pues subvirtió el orden social existente al rechazar el “ojo por ojo y diente por diente” y proponer la idea de poner la otra mejilla: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen.

Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra…”. Gandhi compartió esta visión de mundo y estaba convencido de que la violencia solo podría engendrar más violencia. Para él, la vida de Jesús fue “la encarnación por antonomasia de la no violencia”, pero su legado fue deformado por el cristianismo ortodoxo: “Cristo vino a este mundo a predicar y difundir el evangelio de amor y de la paz, pero lo que sus seguidores han sembrado es tiranía y miseria”.
La idea de la no venganza es, incluso, anterior a Jesucristo. La ética socrática establece que no se debe pagar mal por mal.

En Critón o el deber (Diálogos de Platón), Sócrates le dice a su amigo Critón: “…nunca es correcto cometer injusticia, devolver daño por daño o responder haciendo el mal cuando se recibe un mal”.

Gandhi, Jesús y Sócrates enseñaron la importancia de la no violencia y de la no venganza para la construcción de una sociedad pacífica y justa. Ser no violentos también incluye suprimir toda forma de explotación y tratar de atacar lo que para Gandhi es la raíz de todos los males: la codicia; ese afán por acumular riqueza que tanta discordia provoca entre nosotros. Es una contradicción clamar por la paz y al mismo tiempo estimular la idolatría por las posesiones materiales, el consumo y la competencia deshumanizadora.

Ni tan demonio

Hasta hace poco pensé que Gabriel García Márquez había sido un ser abyecto y desalmado. Su cercana amistad con Fidel Castro lo hizo merecedor de los peores calificativos y la extrema derecha en Colombia no perdió oportunidad para vilipendiarlo, incluso después de muerto. Yo, que a veces peco de ingenuo, les creí. Pero vaya sorpresa la que me llevo después de  realizar el curso virtual Reading Macondo, que ofreció la universidad de Los Andes, y de leer Gabriel García Márquez: una vida,  biografía escrita por Gerald Martin, un inglés que pasó 20 años recabando información sobre su vida. Con vergüenza confieso que caí en la trampa de los maniqueísmos y mandé a Gabo al bando de los malos, cuando la realidad estaba pintada de más colores.

García Márquez abrazó la Revolución Cubana, como muchos, pensando que era el inicio de la independencia económica y política de América Latina. Defendió la revolución desde Prensa Latina, pero renunció después de la invasión de Bahía Cochinos, cuando vio que la línea ortodoxa comunista se imponía en la isla. <<García Márquez se pasó del lado de la contrarrevolución>>, dirían algunos comunistas en La Habana. Sin embargo, tiempo después, trabaría una estrecha amistad con Fidel Castro, con quien, según dijo, hablaba más de cultura que de política.

García Márquez firmó una petición de clemencia para que el régimen cubano no ejecutara a  Jesús Blanco Sosa, coronel de las fuerzas armadas de Batista. Dedicó grandes esfuerzos en los años posteriores para que el castrismo liberara prisioneros: en 1977 logra que Fidel libere al líder de la oposición Reinol González; gracias a su mediación, el poeta disidente Armando Valladares recobra su libertad; intercedió sin éxito para que no ejecutaran al coronel Tony La Guardia y convenció a Fidel para que le permitiera al escritor disidente Norberto Fuentes salir del país. Gabo le dijo a Castro que estaba <<no solo en contra de la pena de muerte, sino contra la muerte misma>>.

A principios de los 70, después del caso Padilla, la prensa colombiana exhorta a García Márquez a sentar su posición frente a Cuba y esto fue lo que respondió: <<Soy un comunista que no encuentra donde sentarse>>. Ya hacía más de una década que había viajado a Europa del este y se había desilusionado de la Unión Soviética.

Solo basta leer su obra para percatarse que la obsesión primordial de García Márquez fue Colombia. Intentó regresar al país, pero pendían sobre él amenazas de muerte. Pese a esto, no han perdido oportunidad para señalarlo de antipatriota y hasta lo intentaron relacionar con el M-19.

No pretendo decir que García Márquez fuera un ángel, pero definitivamente no fue un demonio, como dicen algunos. El más célebre escritor de Latinoamérica declaró: “Si como escritor puedo alcanzar algo parecido —hacer que las personas se quieran más gracias a mis libros—, creo que habré dado a mi vida el sentido que pretendía”.