Economistas y desigualdad

En un mismo semestre cursé una materia de ciencia política y otra de economía. En la primera discutimos una vez un dato del Banco Mundial que daba cuenta de lo insuficiente que resultaba el salario mínimo en Colombia para cubrir las necesidades básicas. Para muchos la cifra era tímida, pues, según ellos, dicho organismo internacional no es precisamente un abanderado de los pobres del mundo. Me quedé pensando: ¿Por qué no se puede subir el salario mínimo?

Poco tiempo después la clase de economía me respondería esa pregunta. Resulta que si se sube mucho el salario mínimo se desestimula el empleo. Y es obvio que nadie quiere mayor desempleo. Pero me quedé cavilando y llegué a la conclusión de que entonces estábamos ante un sistema que requiere de una masa empobrecida para poder funcionar de la manera como funciona. Decidí dar el debate en la clase de economía y cuando se estaba formando una buena discusión, la profesora nos detuvo y nos hizo entender que debíamos proseguir con la lección pues ese no era el espacio para ese tipo de disertaciones. Sentí como si prácticamente nos hubieran dicho que fuéramos a dar esa pelea donde los “revoltosos” de sociología o ciencia política. Ahí mismo se me salió el conspirador que llevo adentro y pensé que economía fuera quizás una de esas carreras que sirven para adoctrinar en el sistema y que, a pesar de ser una ciencia social, no promueve el pensamiento crítico. Después caí en la cuenta de que dicha carrera casi nunca la ubican dentro de la facultad de ciencias sociales. Y más raro me pareció.

Una afirmación de un amigo economista, graduado de una prestigiosa universidad colombiana, me reforzó la teoría conspirativa. Según él, la desigualdad no era un problema y por eso desdeñaba el informe anual de Oxfam. Me pareció tan extraño que un economista se fuera en contra de tantos estudios que dan cuenta sobre el peligro de las desigualdades extremas dentro de una sociedad, pues constituyen un campo abonado para que surjan todas las violencias.

Fue, finalmente, una columna de Cecilia López Montaño, exministra, exdirectora del DNP y exsenadora, la que me resolvió muchas dudas. Resulta que, según ella, los economistas formados en Estados Unidos y en la mayoría de las más prestigiosas universidades de Colombia, exceptuando a los del Externado y la Nacional, tienen una deuda social muy grande con los sectores más pobres del país. Ellos y su creencia de que la prioridad era el crecimiento económico y que la repartición vendría después fueron los culpables de que la desigualdad no ocupara el lugar preponderante que merece en la lista de preocupaciones.

Ya no pienso que la carrera de economía sea precisamente una domesticación en el sistema, pero confirmo mi creencia de que como toda ciencia social tiene distintos enfoques y no es tan exacta ni tan llena de verdades absolutas como lo quieren hacer creer algunos.

¡Viva el gran partido Liberal!

Me puse de desocupado a leer la declaración ideológica del Partido Liberal Colombiano y me encuentro con que afirman que dicha organización política “constituye una coalición de matices de izquierda democrática”. Después leo por casualidad una frase de Carlos Lleras Restrepo que dice que “el liberalismo es un conjunto de matices de izquierda”.

Además me entero de que la colectividad pertenece a la Internacional Socialista y dice defender el famoso “tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario” en contraposición al neoliberalismo que “promueve el capitalismo salvaje”.

No hay que tener dos dedos de frente ni andar muy pendiente de la política colombiana para saber que esto no es cierto. Pura palabrería. La verdad es que el Partido Liberal Colombiano es parte importante de una de las dos facciones de la élite política que se ha repartido este país. Más que un partido es una maquinaria burocrática: se enfada con la Unidad Nacional si la cuota de poder no les satisface.

Tanto es así que los verdaderos liberales no se sienten representados por esa colectividad. Las bases liberales o la llamada “izquierda liberal” ya ni siquiera vota por el partido Liberal. O es que, ¿a quién apoyaron a la alcaldía de Bogotá?

Es mentiras que el partido Liberal se oponga al neoliberalismo. Al contrario, el partido Liberal ha promovido y consolidado el neoliberalismo en Colombia. La apertura económica de César Gaviria favoreció a los oligopolios más competitivos del mundo a expensas del agro y la industria nacional.

Los del partido Liberal no han contribuido a desconcentrar la riqueza en Colombia, ni es el “Partido del Pueblo” como afirman, sino de un sector de la élite política que no hace más que defender sus intereses y satisfacer sus voracidad de poder. Tanto es así, que muchos exmiembros del partido Liberal lo llaman “Partido Neoliberal Colombiano”.

Más fácil encuentra uno a los connotados miembros del partido Liberal citando a Batman o a Superman que a Jorge Eliécer Gaitán o a Rafael Uribe Uribe. Son tan “liberales” que uno de sus estandartes es la senadora Viviane Morales, una fanática religiosa que se le ocurrió promover un referendo para que las mayorías aplasten los derechos de una minoría. Y además son tan conchudos estos “liberales” que citan estudios científicos falsos, que no son publicados en revistas científicas con evaluación de pares, para defender sus prejuicios.

¡Imagínense un liberal yéndose en contra de la ciencia y la academia! Imagínense unos “liberales” votando por la reelección de un procurador fanático y premoderno. Y así dicen en su declaración ideológica que promueven “la equidad”.

Yo, que no le quito ni le pongo nada a nadie, aplaudo que la ley que reglamenta el uso del cannabis con fines medicinales haya nacido en el partido Liberal.

Pero también los acuso de pusilánimes, pues se han quedado cortos. Debieron haber propuesto la legalización total del cannabis, incluyendo su fin recreativo.

Periodistas sin criterio

Jaime Garzón le dice a un auditorio en Cali, compuesto en su mayoría por estudiantes de comunicación social, que “el problema es que los comunicadores no saben nada”. Y hace una declaración muy interesante: “El pénsum de comunicación social durante los primeros cuatro semestres debe ser el mismo que para derecho y filosofía”.

Estoy parcialmente de acuerdo con lo dicho por  Garzón: no creo conveniente este tipo de pénsum para los comunicadores, pero sí para los periodistas.

Hay una diferencia muy grande entre estudiar comunicación y estudiar periodismo. El problema en Colombia es que las universidades ofrecen un pregrado en comunicación y le meten un poquito de periodismo.

Esto es totalmente equivocado y por eso es que los periodistas, que Jaime Garzón llama comunicadores, no saben nada. Es que el periodismo es muy complejo y merece una carrera aparte, como bien lo hizo la universidad del Rosario en Bogotá.

El que pretenda ser periodista necesita una formación muy sólida en ciencias sociales y humanidades. Necesita de conocimientos en derecho, en filosofía, en ciencia política, etc., para poder entender el campo social. Por eso es que al final terminan repitiendo lo que les mandan a decir. Es gente sin criterio.

“Haga un inventario de cuántos periodistas destacados de este país son comunicadores sociales: Antonio Caballero es politólogo; María Jimena Duzán es economista; Enrique Santos es economista…”, señala Garzón. Y yo le complemento: Fidel Cano estudió filosofía y Yohir Akerman es politólogo. Hay excepciones: Cecilia Orozco Tascón, Olga Behar y Daniel Coronell son comunicadores, pero les ha tocado realizar un posgrado en una ciencia social dura.

El problema con el periodismo colombiano es que quienes son más visibles no lo son por buenos sino por su cercanía con el poder político y económico. Tenemos periodistas que ni se esfuerzan por disimular su partidismo político ni su cercanía con los grandes grupos económicos. ¿Ustedes creen que en estos casos el periodismo va a cumplir con su misión de vigilar el poder? ¿Cómo lo va a hacer si termina siendo parte del poder? Y cito nuevamente a Garzón: “Para uno hacer crítica lejos de los intereses del poder tiene que tener un desprecio por el poder”.

Según la teoría del Watch dog del pensamiento liberal, el periodismo debe fungir como perro guardián de la democracia. Pero acá el periodismo tradicional sigue pegado a las fuentes oficiales y a los transeúntes desprevenidos, mientras desdeña la academia y la voz de los expertos.

El periodismo de televisión, por ejemplo, explica complejos fenómenos sociales en 1’30”, banaliza la discusión sobre lo público y no abre espacios suficientes para el debate.

El periodismo no ha sido capaz de estimular una opinión pública crítica y racional y por eso es que acá solo les interesan los goles, las tetas y los glúteos, como bien lo dijo Alfonso Gómez Méndez.