DE LOS AMORES NO CORRESPONDIDOS

Hace días recibo llamadas de una amiga muy cercana, que conocí en la adolescencia y que llamaré Aracely (por aquello de proteger su identidad). Sus comunicaciones se han incrementado y son más asiduas que de costumbre. La razón: está pasando por un drama sentimental. Conoció en su trabajo a un hombre que la tiene loca. Ni ella misma sabe por qué. Acepta que no es el hombre más lindo con el que ha soñado, ni la mejor persona, ni siquiera el más adinerado (algo que cuenta mucho, aunque no se acepte, ni se mencione), pero  que tiene un “algo” que la enloquece, aún más.

Aracely es muy tímida y no toma iniciativas durante el cortejo, ni llama la atención del hombre que le gusta (cuando ya los tiene es ella quien propone y da las órdenes). He pensado que es muy buena estrategia suya. Se muestra dócil, tierna, de poco mundo y cuando los atrapa en su red, saca sus malas mañas y se las da de tonta. En este caso, la estrategia parecía no funcionar. El caballero no se mostraba interesado y eso, obviamente, incrementó en un 100% el deseo de Aracely por tenerlo.

Cuando parecía que su interés no podía ascender más, se enteró de que vivía con otra en unión libre. No es tan mala mujer como para tratar de quitárselo, pero tampoco tan buena como para no haberlo pensado. Se resignó y se propuso olvidarlo. Pero ya se había metido y de cabezas en el terreno del amor no correspondido.  Ese amor que es más parecido a una obsesión y  que ha acabado con grandes como Truman Capote: no  temía a nada, excepto al amor no correspondido.

Cuando Aracely me llamaba lo abandonaba todo para  destinar por lo menos una hora a escucharla hablar de aquel amor. Fantaseaba con que un día llegaría él al trabajo con unas enormes ojeras (de tanto llorar) y con la noticia de que se había separado. Y, claro, ella estaría ahí para consolarlo y mal aconsejarlo. Varias veces imaginó ser su esposa y hasta pensó en cómo saldrían sus hijos, si más parecidos a él o a ella o, quizás, una perfecta mezcla de los dos. Hizo lo que hacemos todos (mentalmente) con la persona idealizada: pasear de la mano por un parque, tomar caipiriña en Bali, casarse en Cartagena y ser la envidia de todas sus amigas; arruncharse en una abullonada cama king size una tarde de domingo lluviosa, tener su propio y modesto nidito de amor (estrato seis, por supuesto), abrocharlo del brazo en los eventos sociales, reírse en secreto de las que aún besan sapos, y más.

El día de las enormes ojeras y de la noticia de la separación llegó. Aracely saltaba en una pata, por dentro, porque debía disimularlo. Se convirtió en su confidente, su paño de lágrimas y su apoyo incondicional. Aquel caballero terminó fijándose en ella. Yo estaba inmensamente feliz, en especial porque eso significaba el fin de las eternas y dramáticas llamadas. Pero, no. Aracely ahora llama a quejarse. No fue sino que el amor no correspondido empezara a corresponder para que ella encontrara “peros”. Yo que pensé que por fin sería feliz en una relación sentimental. Ahora resulta que el hecho de que él gane menos que ella es complicado, como si no hubiese sabido eso desde un inicio.

El problema de Aracely, que es el de todos, pero que parece mayor en las mujeres, es su inconformismo. Si el hombre es juicioso, entonces es un “dormido”; pero si, en cambio, es avispado, entonces es un “sin vergüenza” o un “coqueto”. Tal parece que es intrínseco en el ser humano anhelar algo con todo el corazón para después no saber qué hacer con eso cuando lo tenemos.  Si bien el inconformismo ha permitido (lo sigue haciendo) que avancemos, que luchemos por mejorar las condiciones actuales (qué sería del desarrollo de la ciencia sin el inconformismo), también es cierto que impide disfrutar de lo que se tiene en el momento presente. Entonces, condenados a vivir siempre en un tiempo futuro (¿quién nos garantiza que sea mejor?) y llenarnos de ansiedad.

Bueno.  Finalmente Aracely empezó a tomar conciencia y está decidida a conocerlo mejor y a vivir el tiempo presente.  Ella tiene muy claro que uno nace y muere solo (que si no funciona no pasa nada), aunque, y cita a Isabella Santo Domingo, “la vida se vive mejor acompañados, así sea de un bastón, de un perro o de un novio virtual en Chechenia”.

Nota aclaratoria: en la mayoría de los casos el amor no correspondido no nos corresponde nunca. Lo mejor, para que no se quede pegado ahí toda la vida, es que abandone la partida. Hay que entender que hay batallas que no se libran. A veces la rendición es la mejor estrategia, sobre todo si se quiere conservar algo de dignidad.

La peor de las plagas

María Joaquina es una mujer de 35 años, pertenece a la clase media alta colombiana, es profesional, recibió educación privada en todos sus niveles (preescolar, básica, media y superior), fue criada con todo el amor por su madre y su padre (ambos profesionales), quienes se esforzaron siempre por darle lo mejor. Es decir, no le hizo falta nada para desarrollarse como persona.

Sin embargo, María Joaquina soñaba con casarse con un hombre que la colmara de lujos: finca, casa, carros, empleados a su servicio, ropa, joyas y VIAJES. Poco y nada le importaba si era o no narcotraficante. De hecho, la idea en lugar de molestarla, la seducía. Cuando era una niña jugaba constantemente con Barbies. Nada particular hasta que cuenta que el Ken fungía de Capo y, por supuesto, Barbie de muñequita de la mafia (menos exótica, claramente).

Después de graduarse de la universidad se casó con un arquitecto, hijo de un gran Capo. La llenaron de lujos, pero también de soledad. No podía ejercer su profesión, tenía poca autonomía para tomar decisiones y se convirtió en objeto de exhibición. Era el mayor trofeo de su esposo, que hacía gala del conocido egocentrismo de quien tiene ríos de dinero.

Afortunadamente, el trago amargo pasó y María Joaquina logró divorciarse. Ahora está felizmente casada con un hombre que la ama y la respeta. Entre los dos han elaborado un proyecto de vida y trabajan día a día por realizarlo. No tiene muchos lujos, pero está tranquila.

¿Por qué una mujer educada, inteligente y acomodada busca en una pareja sentimental una fuente de lujos y excentricidades? A la pregunta, María Joaquina responde: “Por el pueblo donde nací y me crié. Casi todas las niñas pensábamos así, no importaba si eras estrato uno o seis. El pueblo estaba infestado de narcotráfico y la codicia era nuestro mayor pecado. Para nosotros, la mafia era algo normal, el día a día.”

El fallecido sociólogo y columnista de El Espectador Álvaro Camacho Guizado explicó cómo el tráfico ilegal de drogas trastocó los principios éticos de esta sociedad: nuevas ideas del éxito (importa el fin y no los medios); la temeridad y el machismo desbordado; una exacerbada lógica de la ventaja; la agudización del individualismo, el facilismo y el atajo.

Los narcotraficantes despertaron sentimientos de orgullo y admiración entre gran parte de la población. En su proceso de lavado de fortunas muchos colombianos lograron escalar socialmente (la famosa “clase emergente”) y la combinación de la violencia con filantropía les otorgó apoyo popular, lo que les permitió acceder a la política.

A pesar de la guerra sin cuartel declarada hace décadas contra el narcotráfico, el problema persiste. Se transforma, se adapta y logra la supervivencia. Mientras tanto, a nosotros nos toca seguir soportando los embates de la narcoestética y la narcocultura, cuando no la violencia en carne propia. Por eso, el narcotráfico es la peor de todas las plagas que cayeron sobre Colombia.

Quisiera llorar

Quisiera llorar tres días seguidos y borrar con cada lágrima un mal recuerdo. Secármelas y con un alma limpia emprender mi camino. Quisiera que fuera realmente mío, el que me corresponde. No quiero volver a andar caminos errados ni a lastimarme en sus desniveles.

Quisiera ser invulnerable al dolor. Qué nadie me pueda hacer daño. Que no anide nunca más la pena en mi alma. Que no llegue ningún altivo  a estropearme la vida. Que los estafadores de sentimientos encuentren la puerta cerrada y asegurada con candado doble. ¡Que quien piense en hacerme daño se lo haga a sí mismo y en doble proporción!.

¿Que hay que tener cuidado con lo que se desea? ¿Que se han vertido más lágrimas por plegarias atendidas que por las desoídas? Yo asumo el riesgo.

A mí que el dolor no se me acerque, que ni me mire de lejos. Lo pido una y otra vez. Con toda seguridad.

Me acuesto a dormir con la esperanza de que todo cambie. Es lo que se hace para no enloquecer, lo que hacemos todos para aceptar las cosas tal y como son.

¿Si resistes, persiste? Lo he comprobado. Pero aceptarlo me convierte en cómplice.

Si no es peleando, ni aceptando, entonces es llorando. Quisiera llorar, pero no puedo.

Ni lo uno, ni lo otro

Una vez le preguntaron a Juanita por el mayor responsable de la guerra en Colombia. Ahí mismo pensó en las Farc. Era este grupo ilegal armado el autor de casi todos los crímenes de los que se enteraba a través de los medios de comunicación de masas.

Después de contestar con seguridad y adjudicarle la mayor responsabilidad de la guerra a las Farc, a Juanita le mostraron el documental No hubo tiempo para la tristeza, basado en los hallazgos del informe Basta ya Colombia. Memorias de guerra y dignidad, del Centro Nacional de Memoria histórica. La pieza audiovisual, que cuenta por qué Colombia ha sido escenario de un conflicto armado de más de 50 años, confundió a Juanita. Con una radiografía más completa de la guerra, ya no sabía a quién atribuirle la mayor culpa.

Juanita comprendió que los actores del conflicto eran más: guerrillas, paramilitares y Estado. Se enteró de que los paramilitares, muchas veces en connivencia con agentes del Estado, decapitaron, castraron, empalaron, torturaron y asesinaron de manera sistemática a miembros de la población civil, sindicalistas, líderes comunitarios y defensores de derechos humanos.  Supo además de la existencia de los hornos crematorios y de cementerios clandestinos que le pertenecieron a estas estructuras criminales, entre otros horrores. El caso es que entendió que estos grupos rivalizan mano a mano con las Farc en la competencia por el mayor estatus del TERROR.

Juanita decidió que la pregunta era odiosa. Escoger el más malo o tomar partido no contribuía en nada a solucionar el conflicto. Tampoco ha contribuido mucho la prensa colombiana que, históricamente, ha tenido la mala costumbre de no cuestionar las informaciones oficiales. En una guerra donde uno de los actores ilegales ha actuado en complicidad con agentes del Estado, no corroborar las versiones del establecimiento es un acto de profunda irresponsabilidad.

Según el investigador y analista político León Valencia, el conflicto armado en Colombia es la mayor catástrofe humanitaria del continente americano en los últimos 100 años. De acuerdo con el Centro Nacional de Memoria Histórica,  esta guerra ha dejado seis millones de víctimas entre desplazados, asesinados, desaparecidos y secuestrados. En 54 años, el conflicto ha matado a 220 mil personas (80% civiles) y ha conjugado todas las formas de violencia. Una información completa y veraz habría ayudado a que los colombianos hubiésemos parado la guerra a través de decisiones democráticas. Dante dijo: Alumbra y el pueblo encontrará su camino. Pero los medios no alumbraron. No se eligieron gobernantes con la voluntad de combatir las causas del conflicto: la disputa por la tierra y  la exclusión política. Por el contrario, fuimos testigos de la macabra alianza entre el poder político, crimen organizado y poder económico.