La escritora Piedad Bonnett se pregunta en su columna “País de godos” (El Espectador, 08 de agosto) si hay personas blindadas en su imagen. Le parece increíble que el expresidente Uribe, a pesar de los escándalos de todo tipo, mantenga una favorabilidad del 55%. La respuesta está ahí, en el nombre de su columna: “País de godos”. El caudillismo de Álvaro Uribe Vélez se explica desde una coincidencia con los imaginarios, modelos mentales y códigos morales de los colombianos.
“Colombia es pasión” y eso es precisamente lo que se necesita para ganarse la favorabilidad de la opinión pública. No es la razón del estadista sino la pasión propia del agitador de masas lo que da popularidad. La opinión pública colombiana tiende a privilegiar formas de manejar el Estado más autoritarias, que hagan un llamado constante a amar y defender la patria. Por eso es que se sacan réditos políticos de la bravuconada propia del mero macho: “le parto la cara, marica”, que no soluciona nada, pero encanta. También se premia la política personalista; el lenguaje sencillo y lleno de expresiones populares; un manejo de la imagen coloquial y el contacto directo con los electores en la forma de gobernar. Exactamente lo que hizo Uribe: consejos comunitarios y presencia física en cada rincón del país; una proyección de “trabajador incansable” y la idea de que “tiene metido el país en la cabeza”.
La opinión tiende a favorecer los perfiles impositivos sobre los negociadores. Por eso la “mano dura” de Álvaro Uribe fue altamente valorada, al punto de convertirlo en un “mesías”, un “redentor”, el único capaz de hacerle frente a los problemas de la “patria”. Y esto coincide justo con una de las características de la opinión pública latinoamericana, que cree que el único remedio a la anarquía es el caudillismo feroz, como lo dijo alguna vez el periodista venezolano Carlos Rangel.
La intolerancia a la diferencia es propia del conservadurismo, de la opinión pública colombiana y del estilouribista. Expresiones como “auxiliadores de la guerrilla” para referirse a sus opositores políticos o “profesionales de la desinformación” para llamar a periodistas críticos de su gestión y “jueces con sesgo ideológico” para referirse a los jueces que proferían fallos contrarios a sus intereses, no le restaban sino que le sumaban. Y le siguen sumando.
El expresidente Uribe también supo apelar a la religiosidad, otro de los grandes rasgos de la opinión pública colombiana. Profesó de manera constante sus convicciones católicas: se arrodillaba públicamente en frente de algún santo para dar gracias por operaciones exitosas del Ejército Nacional y rezaba el rosario en compañía de algunos de sus ministros mientras se transmitía el acto por televisión pública. También elogió los principios del cristianismo protestante y asistió a algunos de sus eventos. Puro populismo.
Adenda. Hay un ensayo de Javier Duque Daza, PhD en Ciencia Política, llamado “Álvaro Uribe Vélez: populismo, autoritarismo y conservadurismo”, que amplía mucho de lo mencionado en esta columna.