La concentración del poder y la democracia

Tener el poder muy concentrado, sea el poder público, político, económico o mediático, es nocivo para la democracia. A continuación, intento explicar las prescripciones del sistema democrático para desconcentrar los distintos poderes.

 

Para desconcentrar el poder público, la democracia prescribe dividirlo en tres ramas: ejecutiva, legislativa y judicial. Sin embargo, no es suficiente con dividirlo, sino que tiene que haber equilibrio de poderes entre las tres. De esta manera, se evita el ejercicio de un poder despótico, pues si una rama se sale de control, están las otras dos para controlarla. Por ejemplo, en Colombia, la rama judicial, en cabeza de la Corte Constitucional, impidió que Uribe Vélez se eternizara en el poder. Aunque la sentencia fue acusada de antidemocrática, por ser una decisión contramayoritaria (que contrariaba no solo las mayorías en el Congreso, sino las mayorías ciudadanas); en realidad, lo que hizo fue proteger la democracia, pues el control constitucional (Judicial Review) está no solo para evitar que el poder político o las mayorías ocasionales lesionen las libertades individuales, sino para proteger el procedimiento democrático frente a dichas mayorías, que podrían destruir la misma democracia, como tantas veces ha ocurrido en el mundo a lo largo de la historia. Para evitar una concentración exagerada de poder político, bajo la premisa de que quien tiene poder abusa de él (en mayor o menor medida), la democracia postula un ejercicio del poder ejecutivo limitado en el tiempo. En una democracia, las mayorías ocasionales no pueden darse el gusto de destruir el sistema político, menos cuando se tiene la certeza de que las mayorías no son expertas en política, y pueden ser fácilmente manipuladas por demagogos. No hay que olvidar que las mayorías mataron a Sócrates, a Jésus y favorecieron a Hitler.

 

Para desconcentrar el poder político (el poder que gobierna y legisla), la democracia prescribe una competencia política entre minorías de poder o partidos políticos. Es decir, la clase política, en una democracia, se compone de minorías de poder (en plural, nunca en singular), que compiten por el poder político. La idea es que las distintas visiones políticas estén representadas en dichas minorías de poder, para que la competencia sea entre visiones distintas de sociedad, y no entre bandas despojadoras de lo público, guiadas enteramente por la codicia, como sucede en Colombia. Esto es muy importante, ya que la competencia política permite que las minorías de poder se vigilen entre sí: si una minoría de poder está haciendo fechorías, las otras minorías la van a denunciar. ¿Por qué? Porque son rivales. Teniendo en cuenta esto, se puede concluir que Cuba no es una democracia, así la población cubana elija a algunos delegados, porque la competencia política en dicha isla se da entre personas de un mismo partido. Es decir, el cubano no puede elegir entre distintas opciones políticas, sino entre distintos representantes de la visión política hegemónica, y eso rompe tajantemente el sistema democrático.

 

Para desconcentrar el poder económico, la democracia postula la igualdad de oportunidades, que implica un igualamiento relativo en las condiciones iniciales, sin el cual no se puede construir una sociedad meritocrática. El mayor instrumento conocido por la humanidad para generar igualdad de oportunidades es la educación pública y de calidad, porque les ofrece a todas las personas la oportunidad de desarrollar su razón y de descubrir y desarrollar sus talentos, no solo para que puedan generar su propio sustento económico, sino para que contribuyan a la deliberación democrática. Obviamente, el proceso educativo requiere de unos individuos con las necesidades básicas satisfechas; pues, de otra manera, no rinde los frutos esperados: con hambre es difícil aprender. Además, la calidad de la educación pública debe ser relativamente igual a la calidad de la educación privada; pues si la privada es superior, los hijos de los ricos tendrán una ventaja, no ganada por su propio esfuerzo, sino por los privilegios económicos de la familia en la que nacieron. Sin igualdad de oportunidades, vence casi siempre el privilegio, y la democracia es antiprivilegios, porque se origina de la necesidad de que quien ejerza el poder no lo haga precisamente por privilegios (derecho divino, derecho de nobleza o derecho de fuerza), sino por mérito (derecho popular). Por esta razón, el valor democrático de igualdad debe ser interpretado en su forma proporcional o de mérito (equidad), no aritmética, ya que lo mismo a todos es esencialmente injusto, porque ni todos merecemos lo mismo, ni todos necesitamos lo mismo.

 

En el largo plazo, la igualdad de oportunidades genera una igualdad económica relativa o un ensanchamiento de la clase media. Esto es importante no solo porque es justo (equitativo), sino porque evita que un poder económico muy concentrado pueda comprar fácilmente el poder político, como sucede en Colombia. El caso paradigmático es el del banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo, dueño del grupo económico más poderoso del país, que puso al poder político (santismo-uribismo) a gobernar y legislar en favor de sus intereses, como lo indican no solo la cantidad de contratos que sus empresas tienen con el Estado, sino con lo que nos hemos venido enterando del escándalo de Odebrecht-Grupo Aval (gracias a la justicia de otros países) y el hecho nada despreciable de haber puesto a su abogado de confianza, Néstor Humberto Martínez, de Fiscal General de la Nación, y a un subalterno suyo, Fernando Carrillo, de procurador, para tapar sus inmoralidades. Esto, por supuesto, lo logró, porque tenía a las dos grandes fuerzas políticas de su lado: el santismo y el uribismo.

 

Se ha discutido mucho sobre los conflictos de interés de Néstor Humberto Martínez, pero muy poco sobre los del procurador Carrillo. Cuando estalló el escándalo de Odebrecht-Grupo Aval, el Ministerio Público, en cabeza del procurador, pudo haber recusado al fiscal Martínez ante la Corte Suprema de Justicia, para que esta lo apartara de todo lo que tuviera que ver con dicha investigación judicial; sin embargo, y pese a que los senadores Claudia López y Jorge Enrique Robledo se lo pidieron, el procurador Carrillo se negó. ¿Por qué se negó el procurador Carrillo? Porque el procurador, hasta una semana antes de posesionarse como tal, trabajó para el Grupo Aval, de quien recibía un sueldo de 89 millones de pesos mensuales. El resto son excusas. La misma Corte Suprema de Justicia les había dicho a los senadores Jorge Robledo y Claudia López que era el Ministerio Público el que tenía la competencia para recusar al fiscal.

 

En Colombia, todo está perfectamente organizado para que los más ricos entre los ricos sigan valiéndose del Estado para enriquecerse impunemente, en nombre de una libertad económica simulada y una garantía de no caer en socialismo. Entre más se concentre el poder económico, mayor será la capacidad de dicho poder para hacerse con el poder político. Por supuesto, a los paladines de la plutocracia les conviene mantener a una parte importante de la población en la pobreza; pues, de lo contrario, no habría quién les venda el voto ni quién les pelee sus guerras. A su vez, les conviene mantener una educación sin formación política, concentrada casi que exclusivamente en el desarrollo de la razón instrumental, aunque de manera mediocre, de manera que la gente siga creyendo que, si no vota por ellos, nos convertimos en Venezuela o Cuba.

 

Sosteniendo el principio de no concentración de poder, la democracia se opone a la economía de mando. Si el Estado, además de tener todo el poder público, reemplaza al mercado, entonces acumula todo el poder económico, lo que ocasiona una acumulación exagerada de poder en un solo ente, el Estado, que termina por eliminar las libertades individuales, como bien lo demostraron los experimentos comunistas. Esto quiere decir que ni el neoliberalismo a ultranza (que prescribe la extrema derecha), ni el socialismo o muerte (que prescribe la extrema izquierda) favorecen el sistema democrático.

 

Finalmente, para desconcentrar el poder mediático, la democracia prescribe una estructura informativa policéntrica (pluralidad de medios), de manera que la información y la tendenciosidad de un medio de comunicación puedan ser contrarrestadas por la información y la tendenciosidad de otros medios de comunicación. De esta manera, los ciudadanos tenemos más posibilidades de recibir las distintas versiones sobre los asuntos públicos, lo que hará que elijamos mejor. En Colombia, el poder mediático lo concentró la oligarquía política, primero; y en la actualidad, lo concentra el poder económico. Sin embargo, y pese a que falta mucho por mejorar, los colombianos ya no estamos sometidos enteramente al discurso de la oligarquía política o el poder económico, pues internet ha permitido que otras voces difundan sus discursos. Y esto es de suma importancia, porque el policentrismo mediático es una de las tres condiciones para la formación de una opinión pública predominantemente autónoma, que es, a su vez, condición para que las elecciones sean consideradas libres. En otras palabras, sin pluralismo de medios no hay elecciones libres, y sin elecciones libres no hay democracia.

 

En conclusión, la concentración del poder no favorece la democracia. Esto significa que desconcentrar el poder es fortalecer la democracia. Sin embargo, en Colombia, no ha habido voluntad política para hacerlo. La riqueza seguirá concentrándose, la tierra no se desconcentrará, y se mantendrá improductiva o subutilizada, los recursos públicos seguirán enriqueciendo a los que ya están ricos, la violencia de todo tipo se mantendrá, el modelo de desarrollo económico será extractivista, es decir, el que más destruye nuestra mayor riqueza: la biodiversidad; mientras sigamos eligiendo a los mismos de siempre, es decir, a la histórica oligarquía liberal-conservadora (santismo-uribismo), representada hoy en los siguientes partidos políticos y sus aliados: Centro Democrático, Partido Liberal, Partido Conservador, Cambio Radical y Partido de la U. Esta lista incluye, por supuesto, a todo partido o movimiento político que apoye a alguno de estos cinco partidos.

 

¿Por qué nuestros mayores votan por la oligarquía corrupta?

Antes de empezar a contestar esta pregunta, voy a delimitar lo que entiendo por “mayores” y por “oligarquía”. Por “mayores”, me refiero a quienes se educaron antes de 1991; y por “oligarquía”, me refiero al grupo de personas que han gobernado a Colombia en favor de los intereses de los más ricos, a expensas del interés general. No es por culpa de Dios o las guerrillas que tenemos un coeficiente de Gini de 0,517 (por encima de 0,4 indica una desigualdad en los ingresos “alarmante” que puede ocasionar agitación social, según Naciones Unidas), sino por culpa, principalmente, de quienes nos han gobernado. ¿A quiénes me refiero cuando hablo de oligarquía? Exactamente a la histórica oligarquía liberal-conservadora, que después mutaría en santismo-uribismo (el primero encarnando a la oligarquía bogotana, y el segundo a los terratenientes). Cuando digo que nuestros mayores, en su mayoría, votan por la oligarquía corrupta, me refiero a que votan por los siguientes partidos políticos y sus aliados: Centro Democrático, Partido Liberal, Partido Conservador, Cambio Radical y Partido de la U. Esto no quiere decir que no haya corruptos en los demás partidos o movimientos políticos, pues las manzanas podridas son inevitables en cualquier organización, sino que, al menos, las cabezas de dichos partidos no son corruptas o no han tenido la oportunidad de demostrarlo, porque no han gobernado.

 

La razón por la que nuestros mayores votan en su mayoría por la oligarquía corrupta tiene que ver con el tipo de sociedad en la que fueron educados. Antes de 1991, no existía en Colombia la separación iglesia-Estado, lo que equivale a decir que no existía, ni siquiera formalmente, una democracia. La democracia no es solo un método de toma de decisiones colectivas, sino un sistema político; es decir, un conjunto de principios, valores e ideales. La democracia, por ejemplo, sostiene tres valores últimos: libertad, igualdad y pluralismo. La primera condición del pluralismo es la separación iglesia-Estado, sin la cual no hay democracia, pues no se puede creer que la diversidad es algo que suma, y al mismo tiempo imponer una particular concepción del bien sobre los ciudadanos. La no separación de iglesia-Estado no solo atenta contra el pluralismo, sino contra la libertad y la igualdad, pues no hay libertad de conciencia si puedo ser discriminado por mis creencias religiosas.

 

Antes de 1991, la Iglesia Católica tenía profunda influencia en la educación pública. Los profesores del magisterio, por ejemplo, debían ser católicos. Es decir, la educación no tenía como objetivo formar ciudadanos, educar en los valores de libertad, igualdad y pluralismo, formar el pensamiento crítico y las habilidades argumentativas, sino adoctrinar buenos católicos; lo que, a su vez, garantizaba unos individuos sumisos respecto del poder político reinante, que se lo alternaban liberales y conservadores. La Iglesia Católica, entonces, y como ocurrió en la época de la colonia, servía de aparato ideológico del poder político, era su fundamentación y la garantía de que no fueran muchos los que se percataran de las injusticias. Por eso, no nos debe extrañar que nuestros mayores repitan irreflexivamente que “Colombia tiene la democracia más antigua de Latinoamérica”. Esto fue lo que los pusieron a repetir.

 

Antes de 1991, había elecciones en Colombia; sin embargo, no eran libres. Y cuando digo que no eran libres no me refiero solamente a que fueran fraudulentas (hay serios indicios que así lo sugieren; por ejemplo, en las elecciones de 1970), sino a que los votos no provenían de una opinión pública predominantemente autónoma, sino dirigida por la iglesia (a través de la educación) y los medios de comunicación de la oligarquía. Para que exista una opinión pública que sea predominantemente autónoma, se requiere de tres condiciones: libertad de pensamiento, libertad de expresión y pluralidad de medios, ninguna de las cuales puede ser garantizada por un Estado confesional. La pluralidad de medios en Colombia brillaba por su ausencia, pues los medios eran en su mayoría de las familias oligárquicas. Por ejemplo, la familia Pastrana tenía su propio noticiero (Datos y Mensajes), y los Santos eran dueños del periódico El Tiempo. Además, el sistema político estaba limitado a los dos partidos oligárquicos: conservador y liberal, que habían pactado a finales de los años 50 turnarse el poder cada cuatro años, y repartirse los ministerios y la burocracia en partes iguales. En 1984, se crea un tercer partido político, de izquierda, la Unión Patriótica, pero fue exterminado a bala, razón por la cual pierde su personería jurídica.

 

Nuestros mayores, además, crecieron y se educaron en el contexto de la Guerra Fría. Por eso, no nos debe extrañar que, aún hoy, señalen de comunista toda opción política distinta a la oligarquía. Este rasgo de nuestra opinión pública fue introducido por la propaganda anticomunista estadounidense, en el marco de la Doctrina de la Seguridad Nacional y del “enemigo interno”, durante la Guerra Fría, que convirtió a todo crítico de Estados Unidos y las élites locales en un “peligroso enemigo interno”, no solo en Colombia, sino en toda América Latina, para así justificar su muerte o desaparición. Si bien el comunismo es algo de temer, este miedo le ha servido a la oligarquía colombiana para conservar el poder. Todavía hay gente que vota por esta oligarquía, a sabiendas de que es corrupta, porque le da mucho miedo caer en el socialismo: “Prefiero a los corruptos que convertirnos en Cuba o Venezuela”, dicen.

 

En conclusión, y para resumir la idea, nuestros mayores votan en su mayoría por la oligarquía corrupta, porque fueron adoctrinados para hacerlo: 1) recibieron una educación confesional (incapaz de cuestionar el poder, porque la iglesia era parte del poder político); 2) se informaban a través de los medios de comunicación de la oligarquía (ahora se informan a través de los medios de comunicación del poder económico) y 3) aprendieron erróneamente que solo existen dos opciones posibles de poder: la oligarquía (que se disfraza de democracia) o el socialismo. Por el contrario, las nuevas generaciones no solo fuimos educadas con mayor libertad, sino con mayor acceso a la información, de manera que no dependemos enteramente del periodismo de poder para informarnos. Esto hará que el cambio político en Colombia sea solo cuestión de tiempo.

 

Nota: según la Contraloría General de la Nación, los colombianos perdemos alrededor de 50 billones de pesos anuales en corrupción; es decir, nuestra pobreza es falta de voluntad política, no carencia de recursos. ¿Hasta cuándo seguiremos votando por los mismos?

 

Nota 2: el mito religioso es ambiguo: puede utilizarse para dominar o para liberar. Aquí se ha utilizado principalmente para dominar; sin embargo, en el cristianismo, hay ideas de sobra para oponerse a tanto saqueo e injusticia.