Los discriminados que discriminan

Los no heterosexuales somos muy decididos para denunciar la discriminación de la que hemos sido víctimas en esta sociedad machista y conservadora, pero muy malos para aceptar que mucha de esa discriminación proviene literalmente de nuestras filas.

La exclusión y el rechazo dentro de los miembros de la comunidad LGBTI es desbordada. Cada tanto me encuentro con hombres gays que se esfuerzan por emular la masculinidad hegemónica y desprecian a quienes le dan rienda suelta a sus ademanes “femeninos”. Miran por debajo del hombro a quienes no se esfuerzan por PARECER sino por SER. Y es que SER es más de lo que se le puede pedir a cualquiera en una sociedad compuesta por individuos que solo saben vivir a través de la opinión de los demás, como bien lo señaló hace más de dos siglos Rousseau en El origen de la desigualdad entre los hombres. Por lo tanto es un motivo de admiración el SER y no el PARECER. Es un acto heroico y valiente.

Hay hombres homosexuales que se sienten muy orgullosos de que les digan: ”ay, pero no se te nota” o “me encanta que no te comportes como todos los gays”. No puedo pensar en estos momentos en una frase más homofóbica que esa. Ese comentario es homofóbico porque se está rechazando un comportamiento alejado de la masculinidad hegemónica. Se están reproduciendo los cánones masculinos de lo que los conservadores consideran propio de un hombre. En conclusión, se coarta la libertad de expresión.

Calificativos como “loca” y “pasiva” se utilizan con un tono que denota desdén. Se volvió prácticamente “pecado” asumir abiertamente un rol pasivo, pues lo relacionan automáticamente con debilidad, feminidad y homosexualidad evidente, todas estas amenazas de la masculinidad hegemónica. Ni hablar de los transexuales que son despreciados hasta por los mismos homosexuales. Incurrimos en la misma estructura mental de los conservadores: creemos que unos merecen y otros no. Estamos convencidos de que unos están para servirle de pasto a los otros. Tratamos siempre de ubicarnos por encima del mayor número de personas posible y aplicamos una ética de competencia hasta con nuestros propios amigos. Ahí entro yo a cuestionar la “amistad”. ¿Qué tan verdadera es una relación de amigos donde se compite? ¿Acaso los amigos no están para ayudarse mutuamente? ¿Y la solidaridad? ¡Embolatada!.

Al final nuestro comportamiento es muy parecido al de quienes se nos oponen: a la concepción de mundo que profesa el procurador Ordóñez y  todas aquellas personas que creen que la desigualdad social, la concentración de la riqueza y del poder político es producto del “orden natural de Dios” y no de la viveza, la codicia y la mezquindad. De verdad que no es mentira cuando afirmo que hay quienes todavía creen que les asiste un derecho divino a ubicarse por encima de los otros; porque sí y punto.

Hace pocos días estaba yo feliz viendo el cubrimiento que le hizo un medio de comunicación tradicional a un matrimonio civil gay en Colombia. ¡Imagínense eso! Un gran motivo de celebración hasta que me dio por mirar los comentarios y veo que alguien escribe: “¿Y para cuándo es el matrimonio de la reportera?”. Resulta que a ese alguien le pareció muy femenino los ademanes y la voz del periodista y lo llamó “reportera” con la clara intención de ofenderlo. Es decir, utilizamos la feminidad para ofender. ¿Habrá algo más estúpido? Y lo peor es que me meto al perfil del autor de esa frase-pregunta y resultó ser un hombre abiertamente homosexual. O sea, ¿con qué derecho? Yo que no me quedo con casi nada, le respondí: “¡Qué comentario tan irrespetuoso! Sobre todo si viene de una persona homosexual, lo que pone en evidencia la discriminación existente entre los miembros de la comunidad LGBTI. ¡Eduquémonos!“.

Al parecer, logré mi cometido, pues a los pocos minutos revisé y ya no aparecía el comentario, afortunadamente. De verdad que da vergüenza dar una lucha social cuando se tiene rabo de paja.  Si pedimos que no se nos discrimine, pues no discriminemos. ¡Es lo mínimo!

A las pocas horas de haber visto ese comentario que tanto me molestó, me encuentro con otro. ¡Para rematar! Al que no quiere caldo se le dan dos tazas, como reza la sabiduría popular. Resulta que estaba yo exultante leyendo un artículo que publica la revista SHOCK sobre el cumpleaños número 14 de THEATRON —la discoteca gay más famosa del país, que es fácilmente la mejor rumba de Colombia y que en Lonely Planet aparece como la mejor disco gay del mundo— cuando me da por leer los comentarios. Me encuentro con que describían el sitio con descalificativos tales como “roto”, “roto de medio pelo”, “hueco de quinta”, “guácala”, etc. No pude evitar recordar a mis “amigos” estrato 5, 6 y estratósfera que utilizaban los mismos epítetos para describir la rumba gay de Bogotá. Y es que ya sabemos que la élite mandaba a sus hijos homosexuales al primer mundo no solo para salvarlos de la exclusión colombiana sino para ahorrarse la vergüenza de que terminaran desenvolviéndose libremente por el mundo gay de la ciudad y “¡qué tal se mezclen!” Y a los mismos homosexuales bogotanos estratos 5 y 6, con excepciones por supuesto, les parece “fo” rumbear en un sitio gay. Prefieren buscarse un lugar “gay friendly” donde hayan personas “bien”. El mismo Luis Bernardo Cuartas, uno de los fundadores de THEATRON, lo menciona en el artículo: “En cuanto a su público objetivo, Luis Bernardo, un poco más serio y callado, explica que <<son gays de estratos 3 y 4. Muchos de los de estrato 5 y 6 prefieren discotecas hétero y algunos ni siquiera llevan una vida gay en Colombia>>”. Pero resulta que no es un fenómeno exclusivo de la capital de la República. Lo mismo encontré cuando viví en Cali. El caleño homosexual estrato 5 y 6, con excepciones por supuesto, le da escozor la rumba gay de la ciudad, pero son felices en la de Bogotá. Estamos reproduciendo los mismos vicios de la Colombia conservadora.

Mi recomendación: ¡Dejen ser! Libérense de prejuicios y verán lo linda que empiezan a ver la vida. Y hasta construimos una sociedad más justa. Afortunadamente yo soy de los positivos que cree que nos podemos educar y perfeccionar. No soy de los que piensan que el ser humano es “naturalmente cruel”, sino que afirmo que somos producto de un entorno y de las experiencias vividas. ¡Y claro que estamos en capacidad de corregirnos!

La cultura se puede intervenir para desarraigar los anti-valores de nuestro tejido social.

Cuéntenle a la gente

Cuéntenle a la gente que la tierra de nuestro territorio la han abonado con la sangre de los campesinos. Cuéntenle a la gente que esta guerra es entre militares y paramilitares contra la insurgencia, pero que el 81% de las víctimas mortales son civiles, generalmente campesinos y minorías étnicas.

Cuéntenle a la gente que la guerra ha servido para quitarle la tierra a los campesinos, indígenas y comunidades afro. Cuéntenle a la gente que esta guerra ha sido utilizada para acallar el pensamiento crítico. Cuéntenle a la gente que hay que desarmar la insurgencia porque es la que tiene bloqueado el cambio social en Colombia, además de todo el sufrimiento que provoca su accionar.

Cuéntenle a la gente que no podemos perder esta oportunidad. Cuéntenle a la gente que tenemos el apoyo de toda la comunidad internacional y de la iglesia Católica en Colombia, pero también el apoyo del Vaticano. Cuéntenle a la gente sobre la posibilidad de que los despojados recuperen sus tierras.

Cuéntenle a la gente que la mayoría de las asociaciones de víctimas apoyan el proceso de paz. Cuéntenle a la gente que no se está negociando el modelo económico y por tanto es mentiras aquello de que se le va a entregar el país al “Castro-chavismo”. Cuéntenle a la gente que esta guerra es irregular y por eso las posibilidades de acabarla por vía militar son casi nulas.

Cuéntenle a la gente el costo social de una guerra. Cuéntenle a la gente que hay quienes se han lucrado con la guerra y quienes han acumulado su capital político alrededor de la misma. Cuéntenle a la gente que la paz es un mandato constitucional y por lo tanto estamos todos obligados a buscarla. Cuéntenle a la gente que el fin del conflicto armado es más que una cuestión política, es un tema ético y humanitario.

Cuéntenle a la gente que a finales de los 80 pudimos desmovilizar al M-19, al Epl, al movimiento Quintín Lame y a la Corriente de Renovación Socialista y que esta vez Claro que podremos desmovilizar a las Farc y después al Eln.

Cuéntenle eso a todo el mundo, al taxista, a la persona que se les sienta al lado en el bus, a sus familiares y amigos, a sus empleados, a su jefe. ¡Invítelos a que abracen con fe y esperanza la posibilidad de ponerle fin al conflicto armado! Que nos llamen “ingenuos”, “inocentes”, que nos insulten, no importa, seguimos firmes. Que si las cosas no se dan no sea porque nos faltó tesón.  A muchos nos sobran ganas y determinación, contagiémoslos a todos.

Exijámosle al gobierno que bombardee este país… pero de pedagogía de paz. Oremos, desde cualquier credo, por la paz de Colombia. Hagan que la gente se ponga la mano en el corazón, participe y ejerza presión. ¿Por qué dicen que en Colombia nunca se acabará la guerra si otras sociedades, con conflictos peores y más largos, lo han logrado? ¿Acaso somos menos? ¡Claro que podemos! Por la paz de Colombia, “siempre adelante, ni un paso atrás y lo que fuere menester sea”.

La irracionalidad: “La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan…”.