Escuchemos a las víctimas

Soy sensible al sufrimiento del pueblo colombiano gracias, en parte, a los jesuitas. Como ellos son defensores de derechos humanos, organizan muchos eventos sobre este tema en su universidad (Javeriana). Cualquier persona puede entrar, sin costo alguno, incluso los que no estudian en la Javeriana. En esos eventos, tuve la oportunidad de escuchar a las víctimas del conflicto armado colombiano: víctimas de la derecha, de la izquierda y del narcoterrorismo. Cada historia es una tragedia terrible. No nos damos cuenta de ello porque tenemos el vicio de no escuchar al otro, menos a las víctimas. Pero, además, está la tragedia adicional de que las víctimas son muy pobres, por lo general, entonces su sufrimiento es peor, porque sin plata la vida es más difícil, el acceso a la justicia es más difícil, reivindicar tu honra es más difícil, hacer que se escuche tu voz es más difícil, pregonar tu verdad es más difícil, desmentir la versión del victimario es más difícil, etc. Gran parte de los cordones de miseria que vemos en las grandes ciudades del país están compuestos por personas o descendientes de personas que fueron desplazadas por la violencia. Su miseria tiene una explicación. No son pobres porque quieren, sino por el contexto. Tenían una casa, tenían un pedazo de tierra y trabajaban para sobrevivir. Pero, de repente, no tienen casa, no tienen tierra, y deben desplazarse, completamente vulnerables, a una ciudad. La ciudad tiene sus propias lógicas, para las que ellos no estaban preparados. Planteémonos una situación hipotética: ¿Qué pasaría si, de repente, a nosotros nos desplazaran al campo, sin un peso en el bolsillo, a competir en el mercado laboral del trabajo de campo con gente que toda la vida ha trabajado el campo? La respuesta es obvia: vamos a estar en la base de la pirámide social del campo. Para mí, solo este hecho, el del desplazamiento de millones de personas, justifica completamente las políticas de redistribución (desde el liberalismo, no desde el socialismo). El uribismo dirá que yo fui adoctrinado por los jesuitas para ser de “izquierda”, pero la verdad es que yo solo presté mis oídos para escuchar a las víctimas. Tal vez, nos falta escucharnos más. Y, tal vez, nos falta un sistema educativo que nos cuente las distintas versiones del conflicto y que propicie espacios para escuchar, hablar e interactuar con las víctimas. Estos ejercicios deben realizarse desde primaria, porque necesitamos que nuestros futuros ciudadanos crezcan con el firme propósito de no repetir los hechos violentos. Para eso es que necesitamos la construcción de la memoria histórica. Pero, además, la memoria histórica es una forma de reivindicar a la víctima, de reconocerla como tal y de honrarla. A las víctimas debemos escucharlas y abrazarlas. No importa si son víctimas de la extrema izquierda, la extrema derecha, el Estado o el narcotráfico. Lo que importa es que son víctimas de nuestra enferma sociedad; por lo tanto, tenemos el deber de hacer algo para reivindicarlas. Tiene todo qué ver con nosotros, con cada colombiano.

Nuestro reclamo por una educación pública de calidad

Colombianos, el reclamo por una educación pública de calidad debe ser permanente. No es que porque ya nos dieron dinero, entonces bajamos la guardia. El dinero es absolutamente necesario, pero allí no acaban nuestros problemas. Si vivimos en una democracia constitucional, el Estado está llamado a generar igualdad de oportunidades, porque donde no hay igualdad de oportunidades, vence el privilegio. Y la democracia es antiprivilegios, precisamente porque nació de la necesidad de que quien gobierne lo haga legítimamente, no por privilegios (Dios, linaje, etc.). Es bien sabido que el mejor instrumento para generar igualdad de oportunidades es la educación pública de calidad. Pero esta educación tiene que ser igual o mejor que la educación privada. Si no, no hay justicia. Si no, seguirán los hijos de los ricos accediendo a una mejor educación, por el simple hecho de haber tenido la fortuna de nacer donde nacieron. Por ejemplo, los hijos de los ricos acceden a una educación bilingüe (y hasta trilingüe) desde el preescolar. Ellos pueden terminar el colegio, e irse a estudiar al primer mundo, sin ningún problema, precisamente porque sus competencias en inglés fueron cultivadas desde temprana edad (entre otras muchas competencias). En un mundo cada vez más globalizado, es mejor competir en el mercado laboral y académico con un muy buen nivel de inglés. Las oportunidades serán mayores. Hasta para ganarse becas. Hasta para acceder a los mejores artículos académicos, que por lo general están escritos en inglés. Por eso, el reclamo por una educación pública de calidad tiene que mantenerse hasta que la educación pública sea igual o mejor que la privada. Y una vez conseguido esto, tampoco se podrá bajar la guardia, porque habrá que seguir luchando por mantenerla. Así que están en un error quienes creen que basta con entrar a paro cada dos años, cuando hay que clamar por recursos. ¡No nos creamos tan poquiticos, por favor!

Glifosato

Me parece que el enfoque con el que se debe abordar la discusión sobre la fumigación con glifosato no debe ser solo científico, sino también social. Es decir, así se determinara que el glifosato no pone en peligro la salud humana ni daña el ambiente, sigue siendo válido moralmente oponerse a su uso. Piensen lo siguiente: muchas familias vulnerables de nuestro vulnerable campo pueden ver su sustento diario amenazado si se fumiga con glifosato (suponiendo, como dicen, que es una técnica muy efectiva para erradicar cultivos ilícitos). ¿De qué van a vivir en el corto plazo? ¿Qué tal que les toque desplazarse a los conocidos cordones de miseria de las ciudades colombianas? Estas familias no se quedan con casi nada del dinero del narcotráfico, porque los grupos armados ilegales pagan poco por la materia prima, como todo capitalista. Es decir, estas familias siguen siendo pobres, y no se meten en el negocio del narcotráfico para enriquecerse, sino para sobrevivir. El Estado colombiano nunca ha ejercido soberanía sobre todo su territorio. Hay municipios y territorios donde el orden no lo impone el Estado, sino los grupos armados (derecha, izquierda y narcotráfico), muchas veces con la complicidad del mismo Estado. El abandono estatal del Estado colombiano sobre una parte de su territorio es innegable. Es decir, muchas de nuestras familias vulnerables de nuestro vulnerable campo (doblemente víctimas, del abandono estatal y de los grupos armados ilegales) quedarían sin con qué comer si se fumiga con glifosato.

Plebiscito del 02 de octubre: dilema moral

El plebiscito del 02 de octubre de 2016 nos puso ante un dilema moral: ¿paz o justicia? No se podía satisfacer plenamente ninguno de estos dos valores. El slogan “paz sin impunidad” era una farsa, un imposible. ¿Qué tan realista es la pretensión de hacer justicia en una guerra de décadas y millones de víctimas? ¿Vale la pena sacrificar vidas por buscar justicia? Los que votamos “Sí” consideramos que era conveniente sacrificar justicia, para obtener paz. Para nadie es un secreto que la justicia transicional establece castigos “suaves” o no proporcionales para los responsables de crímenes muy graves. Sin embargo, y pese a esta evidente impunidad, muchos de nosotros votamos SÍ porque consideramos que era más importante la reconciliación, la prevención de más víctimas y la reconstrucción de la memoria histórica que la idea del castigo “justo” o proporcional para los responsables de crímenes muy graves. Los que votaron “NO”, por su parte, consideraron que era más importante hacer justicia que construir paz. También hubo, obvio, quien votó NO para salvar a Colombia del castrochavismo ateo y homosexualizador, pero ahí sí no hay nada qué hacer. Estas personas, claramente, no se vieron ante un dilema moral, porque su ignorancia no se los dejó entrever, sino que simplemente actuaron movidos por un miedo irracional.