El tiempo de los que sobran

En una reunión social de amigos discutimos hace poco sobre el papa Francisco. La pregunta central fue: ¿Por qué este sumo pontífice ha suavizado el discurso hacia los homosexuales y otros “heridos sociales”? Aparte de las razones que ya habíamos  escuchado a través de medios de comunicación, llegamos a la conclusión de que el cambio de actitud tiene mucho que ver con que el papa Francisco sea jesuita.

Los jesuitas han demostrado que son capaces de oponerse a  las estructuras de poder. La Compañía de Jesús fue la única comunidad religiosa que simpatizó y apoyó la independencia de Hispanoamérica. Francisco Miranda  (Precursor de la emancipación americana) recibió la ayuda del jesuita Juan José Godoy en la expedición que preparó desde Estados Unidos para insurreccionar a Venezuela en 1806.

Las posturas antisistémicas de los jesuitas también han hecho carrera en Colombia. Cómo olvidar al padre Carlos Novoa molesto por la cancelación en 2013 del Ciclo Rosa Académico, evento organizado desde 2001 por el Instituto Pensar de la universidad Javeriana que pretende hacer promoción de los derechos de las personas Lgbti. En ese entonces, Novoa vociferaba a través de los micrófonos: “Los homosexuales sufren mucho y deben ser defendidos por la Iglesia Católica”. Al mismo tiempo acusaba a un sector de la iglesia en Colombia de pretender ponerle una “mordaza” a la libertad de expresión.

El padre Javier Giraldo, defensor de derechos humanos, es un claro ejemplo del arrojo de algunos miembros de esa comunidad religiosa para oponerse a la infamia del poder. Este jesuita lleva más de 25 años documentando las masacres en Colombia, denunciando los excesos de la fuerza pública y la relación del Estado con los paramilitares. Bajo la protección de Aldolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de Paz, construyó un expediente contra Santiago Uribe por su relación con el grupo armado ilegal Los Doce Apóstoles. También envió una carta (que dio la vuelta al mundo) al padre John Dear para impedir la cátedra del expresidente Álvaro Uribe en la universidad jesuita de Georgetown.

Otro ejemplo es el provincial de la Compañía de Jesús en Colombia, padre Francisco de Roux. Este jesuita conoce de primera mano el conflicto social en Colombia. Trabajó más de 13 años en el Magdalena Medio a favor de los más desprotegidos: indígenas, afrocolombianos, campesinos y minorías sexuales. Le ha metido el hombro al actual proceso de paz y considera que “no hay otra alternativa” para ponerle fin al conflicto armado.

Lo importante es que la iglesia, muy al estilo de Jesús, empiece por fin a acercarse a los más débiles, a los “heridos sociales” (como los llama el Papa), a los pobres,  marginales y discriminados. Ha llegado, pues, el tiempo de que el catolicismo asista, sin prejuicios, al baile de los que sobran.