Yo compro informal

Un amigo muy cercano se fue a vivir a Estados Unidos y trabajó en una de las fábricas de producción de galletas de una de las más grandes multinacionales del sector alimentario del mundo. Me contó que, pese a cumplir con todos los requisitos sanitarios exigidos por las autoridades, la producción no es tan limpia como nos lo hacen creer. Y, según me dijo, este no es un caso aislado. ¡Quién se iba a imaginar! 
Esto es para muchos una mala noticia, pero, para mí, no. Yo había dejado de comprar en negocios de venta informal de alimentos (porque son muy “sucios”) y había optado por comprarle a la industria (que es muy “limpia y de mejor calidad”). Yo me había resignado a no volver a comprar arepas, ni plátanos, ni empanadas, ni frutas, ni verduras, ni tintos, ni tortas de chócolo, ni dulces en la calle; pero ya no.

En un país como Colombia, en una ciudad como Armenia (destacada a nivel nacional por su desempleo), es natural que proliferen los vendedores ambulantes y que la gente recurra al rebusque para sobrevivir (es instinto de supervivencia). Cuando yo me pongo en sus zapatos, llego a la conclusión de que haría lo mismo. Y no me emplearía por un salario mínimo porque eso es servidumbre, y yo no soy siervo. Y estoy de acuerdo con Ernesto Sábato en que “milagro es que los hombres no renuncien a sus valores cuando el sueldo no les alcanza para poder dar de comer a su familia”. Y un salario mínimo no alcanza para que una persona -menos para que una familia- viva en condiciones materialmente dignas (así los economistas, que jamás han vivido con un salario mínimo, digan lo contrario). Y quien trabaja de lunes a viernes o de lunes a sábado por esa miserable suma no tiene muchas oportunidades, ni tiempo, de desarrollar sus talentos (así que está casi que condenado a seguir siendo siervo).

La producción industrial de alimentos, por higiénica que sea, es sucia. Está contaminada con conservantes, colorantes, aditivos y edulcorantes (químicos, en su gran mayoría). Así que prefiero seguir comprándole a la gente.

Nota: La movilidad social es excepcional. “Es un hecho comprobado que la mayoría de las personas ricas lo son por el simple hecho de haber nacido en el seno de una familia rica, mientras que la mayoría de las personas pobres seguirán siéndolo durante toda su vida simplemente por haber nacido en el seno de una familia pobre”, Yuval Noah Harari, en De animales a dioses (uno de los libros más recomendados de 2016).

¡Qué se sienta!

A mí la idea de protestar con cantos de amor y bendiciones no me gusta.

La protesta, para mí, es inherente a la transgresión, al boicot, a romper la normalidad. Por eso estoy de acuerdo con los graffitis (realizados en lugares no permitidos) y con las barricadas. Eso de movilizarse de acuerdo a las normas del opresor me parece inútil. La idea es que haya un sacudón, que se sienta, que llame la atención y que ponga el tema sobre la mesa para que sea discutido hasta la saciedad por la ciudadanía. Eso sí, por nada del mundo lastimar a otro ser humano, ni a un animal. Ni un rasguño ni una uña partida.

Que una sociedad manifieste masivamente su inconformidad con indignación es propia de una ciudadanía políticamente activa, involucrada y preocupada por lo público. La democracia no funciona cuando las personas que toman las decisiones están distraídas o no entienden nada sobre ideologías políticas, sistemas políticos y económicos, ni conocen la historia política de la sociedad donde viven. La poca cultura política es falta de voluntad de los poderosos. Y esa falta de cultura política no nos permite un debate crítico y racional, propio de una democracia. Pero lo que sí permite es que caigamos en la propaganda, en el populismo y que creamos que un medio de comunicación del poder económico tiene la verdad absoluta. El sistema educativo no nos educa para una democracia (la clase de constitución política y la obligación de votar por un personero en el colegio es insuficiente).

Yo por eso critico y critico. Y a veces propongo. Propongo que desde sexto se enseñe ciencia política y que esta sea la materia más exigente. Además, el pénsum de todas las carreras debe incluir 18 créditos en ciencia política y ética (no educación en valores, sino ética filosófica). Y todos debemos graduarnos de un pregrado siendo casi expertos en historia política de Colombia.

Involucrarse en política es una obligación, así no nos guste. Y eso no es politiquear, como algunos inconscientes creen (se juran muy dignos por su apoliticidad). Los apolíticos son los mejores amigos, sin saberlo, de los gobernantes corruptos, codiciosos y asesinos. Los indiferentes son los peores analfabetas, como los llamaba Bertolt Brecht: “El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.

Nota: La Organización Ardilla Lülle ha hecho tanto daño que decidí no consumir productos Postobón, a pesar de que me encanta la Bretaña.